Latinoamérica en la
hora de los hornos
Latin America at a time of great political turmoil
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Atilio A. Borón
aaboron@gmail.com
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la
Facultad
de Ciencias Sociales, UBA / CONICET, Argentina
Resumen
Son muchos los analistas y
observadores de la escena internacional que expresan su aprehensión ante un
mundo que se acerca temerariamente a una tercera guerra mundial. Hay tres
rasgos del sistema internacional que ofrecen algunas claves interpretativas
para comprender esta escalada guerrerista que, por cierto, no la inició Trump
sino que viene de antes. En primer lugar, un factor crítico es la inestabilidad
del equilibrio geopolítico mundial, elemento que desarrollamos en este escrito.
Un segundo factor, también tematizado aquí es la creciente gravitación del
complejo militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno
norteamericano y, en poca menor medida, de sus aliados europeos. Por último, un
tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como Michael Klare
ha denominado “la cacería de los recursos naturales”. En este escenario en
donde la guerra –o la amenaza de su estallido- es el telón de fondo sobre el
cual se desenvuelven las relaciones internacionales, América Latina y el Caribe
juegan un papel de especialísima importancia.
Palabras clave: Latinoamérica; militarismo; capitalismo
financiero; geopolítica; inestabilidad política
Abstract
Many analysts and observers of
the international scene express their apprehension before a world that
approaches recklessly to a third world war. There are three features of the international
system that offer some interpretive clues to understand this escalating warrior
that, incidentally, did not start Trump but comes from before. In the first
place a critical factor is the instability of the global geopolitical balance,
element that we developed in this writing. A second factor, also thematized
here, is the increasing gravitation of the military-industrial-financial
complex in the decision-making process of the US government and, to a lesser
extent, of its European allies. Finally, a third element that drives wars is
what an author like Michael Klare has called "the hunt for natural
resources. In this scenario where the war - or the threat of its outbreak - is
the backdrop on which international relations develop, Latin America and the
Caribbean play a very important role.
Keywords: Latin America; militarism;
financial capitalism; geopolitics; political instability
Latinoamérica en la hora de los hornos
Son muchos los analistas y observadores de la
escena internacional que expresan su aprehensión ante un mundo que se acerca
temerariamente a una tercera guerra mundial. El bombardeo ordenado por el
presidente Donald Trump a una base aérea en Siria ha tensado la cuerda de las
relaciones ruso-estadounidenses –las dos superpotencias nucleares del planeta-
hasta un punto muy cercado al que se llegara en la Crisis de Octubre de 1962,
cuando los misiles soviéticos estacionados en Cuba fueron finalmente retirados
ante la amenaza cierta de una guerra termonuclear. No hemos llegado a este punto aún, pero el
peligro es inminente. ¿Cómo entender esta delicada situación actual y cuáles
son las implicaciones que ella tiene para América Latina? Sucintamente
hablando, y a riesgo de simplificar esta presentación, digamos que hay tres
rasgos del sistema internacional que ofrecen algunas claves interpretativas
para comprender esta escalada guerrerista que, por cierto, no la inició Trump
sino que viene de antes. Varios de sus predecesores en la Casa Blanca hicieron
su ominosa contribución para llegar a la alarmante situación actual.
En primer lugar, un factor crítico es la
inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial. Uno tras otro los diversos
documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de Estados
Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está erizado de amenazas
a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el país debe prepararse para
varias décadas de guerras. La paz es algo que ni se menciona en estos
documentos; el supuesto básico es la continuación indefinida de la guerra, sea
de carácter “preventivo”, como lo planteara George W. Bush; sea de tipo
“retaliatorio” ante un ataque a los Estados Unidos, a sus aliados o a sus
ciudadanos. El multipolarismo actual es un formato del sistema internacional
relativamente novedoso. Hubo desde el siglo dieciocho y hasta comienzos del
veinte un sistema de pesos y contrapesos de estados nación que se llamó
“Concierto de Naciones” que si bien no impidió las guerras pero tuvo la
capacidad para contenerlas dentro de ciertos límites hasta que el sistema
estalló con la Primera Guerra Mundial. Claro que aquel era un sistema
exclusivamente europeo: ni Estados Unidos, ni Japón y menos aún la China tenían
parte alguna en esos acuerdos que perduraron desde la paz de Westfalia (1648)
hasta su estrepitoso derrumbe con la Primera Guerra Mundial. Durante esos casi
tres siglos ningún país extra-europeo tenía algo que decir en las mesas de
negociaciones en donde se procedía minuciosamente a trazar esferas de
influencia y a repartirse el mundo. Hoy es muy diferente, porque las potencias
extra-europeas han empequeñecido a la declinante y decadente Europa y los
consensos difíciles del pasado, entre naciones que compartían básicamente una
misma cultura, una misma religión y una misma tradición política, son muchísimo
más difíciles de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la
discusión son naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones e intereses muy
diferentes y, en cierto sentido, incompatibles.
Bajo estas condiciones, la paz se convierte en una
empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y marca
también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la región más
pacífica del planeta. Los principales líderes de la izquierda y el progresismo
latinoamericano no han dejado de marcar esta singularidad, ratificada además
formalmente por la aprobación de una declaración, en enero de 2014 –en el marco
de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) que tuvo lugar en La Habana– de América Latina y el Caribe como una
zona de paz. No está demás recordar que este inédito multipolarismo
pluriregional, con actores como China, India y algunos otros, brotó de las
ruinas de un efímero período transicional: el unipolarismo estadounidense, que
algunos espíritus ingenuos, embriagados ante el derrumbe de la Unión Soviética,
soñaron que duraría por lo menos un siglo y se derrumbó en apenas una década.
Segundo, un factor que alienta y promueve las
guerras y la violencia es la creciente gravitación del complejo
militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno
norteamericano y, en poca menor medida, de sus aliados europeos. Esa infernal
maquinaria vive de la guerra y para la guerra. Para ellos la paz significa su
ruina, la bancarrota, y la única estrategia razonable para estas
megacorporaciones es estimular los conflictos y las rivalidades por todos los
medios posibles. Si no las hay deben ser inventadas. Su tasa de ganancia está
directamente asociada con la guerra y es inversamente proporcional a la paz. Su
poderío es inmenso: fue denunciado nada menos que por el presidente Dwight
Eisenhower en su discurso de despedida del 17 de enero de 1961 y lo describió
como la más seria amenaza para la libertad y la democracia de Estados Unidos. A
lo largo de más de medio siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que
acrecentarse, hasta asumir proporciones monstruosas. Si en aquella época era
una amenaza hoy es quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el
infausto tránsito desde una república democrática a un régimen plutocrático.[1]
Es decir una forma política que, parafraseando a Lincoln, es el gobierno del
dinero, por el dinero y para el dinero. Y dado que el gasto militar de Estados
Unidos es el principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores
industriales, financieros y petroleros, es en interés de los gobiernos otorgar
toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez,
disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e
indispensables financiadoras de las costosas carreras políticas de
representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo
definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo
las puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país
y cuya máxima expresión es el actual presidente. No es de extrañar, en
consecuencia, que desde la Guerra de Corea en adelante Estados Unidos no haya
conocido un solo año sin estar en guerra. O que Barack Obama, con sus lauros
como Premio Nobel de la Paz, no pudo dejar de hacer la guerra día a día durante
los ocho años de su mandato. O que, pese a los optimistas anuncios, el gasto
militar haya aumentado aún luego de la desaparición de quien durante los largos
años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética.
En este sentido, la operación propagandística del
imperio en el sentido de exaltar los “dividendos de la paz” como fuente de una
renovada ayuda al desarrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la
asignación de recursos para facilitar el progreso económico y social de los
países de la periferia ni se redujo la escalada armanentística. Según los
cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el
umbral considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un
billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale
aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial.[2]
Con perfiles menos acusados que en Estados Unidos el complejo
militar-industrial-financiero también opera en los países europeos y en el
Lejano Oriente, en Japón y Corea del Sur. En otras palabras, la acumulación
capitalista siempre estuvo signada por la violencia (si no, cómo explicar la
“Conquista de América”, o el masivo despojo del campesinado en los países del
capitalismo metropolitano) y en tiempos recientes esta violencia se ha
institucionalizado y profundizado pari passu con
el fenomenal crecimiento del aparato militar, lo que impulsa las guerras a la
vez que socava los fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado
como en la periferia del sistema. ¿Una nueva prueba de la relación entre
guerras y ganancias del complejo militar industrial norteamericano? Las
acciones de la Raytheon, la empresa fabricante de los misiles Tomahawk utilizados
en el reciente bombardeo de Siria, subieron un 3 % pocas horas después de
conocido el incidente, arrastrando también hacia al alza a las principales
corporaciones del complejo militar-industrial.[3]
Un tercer elemento que impulsa las guerras es lo
que un autor como Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos
naturales” (2012). En un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de
ciertos bienes comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y
siguiendo por el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los
alimentos, y frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia
mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de
habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en una
campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos por un patrón de
consumo capitalista caracterizado por la utilización irracional y el derroche
de los recursos naturales. Para nadie es un misterio que la vigorosa expansión
de China en los países del Tercer Mundo tiene como objetivo fundamental
asegurarse el suministro de ciertos recursos naturales imprescindibles para su
economía, fenómeno este que se manifiesta sobre todo en África pero también,
aunque en menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista
radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una guerra
comercial termina siendo una guerra en el sentido más integral del término.
En este escenario en donde la guerra –o la amenaza
de su estallido– es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las
relaciones internacionales, América Latina y el Caribe juegan un papel de
especialísima importancia.
Por empezar, somos la región del mundo mejor dotada
de recursos naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos
entre el 42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra. Somos, además, el
pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede de
enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras
extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de alimentos
de origen vegetal o animal. Esta formidable dotación suscita los apetitos del
imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a un país como
Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las mayores del mundo,
hoy superiores a las de Arabia Saudita.
Un
continente que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio,
fuente energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus
derivados (teléfonos móviles, computadoras en sus diversas variantes, cámaras
fotográficas corrientes y satelitales, filmadoras, automotores híbridos y así
sucesivamente). La nanotecnología y sus increíbles aplicaciones tienen como
fundamento práctico la biodiversidad, de la cual América Latina (y
especialmente Sudamérica) tienen el mayor caudal del planeta. Ni hablemos del
agua, crucial para un país como Estados Unidos cuyo derroche de ese líquido
elemento lo ha llevado a convertir el otrora impetuoso río Colorado, capaz de
cavar un profundo cañón en Arizona en un arroyo que a menudo no llega ni
siquiera a desaguar en el Océano Pacífico. Tendrían que ser unos tremendos
ignorantes los administradores imperiales (y no lo son) como para ser
indiferentes ante una realidad tan exuberante como la que ofrece nuestra
región. Por eso, desde los inicios de su vida independiente, Estados Unidos
consideró a esta parte del mundo como su “patio trasero”, su zona de seguridad.
Y por eso también tanto Fidel como el Che no se cansaron de decir que América
Latina y el Caribe eran “la retaguardia estratégica del imperio.”
En segundo lugar, las concepciones estratégicas
militares de Estados Unidos desde los años fundacionales de la república
siempre adhirieron a la tesis de la “gran isla americana”, extendiéndose desde
Alaska hasta Tierra del Fuego. Esta concepción militar asume que la seguridad
nacional de Estados Unidos depende de la capacidad de Washington para evitar
que poderes extracontinentales hagan pie firme en algún sector de la isla
americana, o que existan en ella gobiernos hostiles a los designios de Estados
Unidos. Esta concepción se perfeccionó desde comienzos del siglo diecinueve y
adquirió connotaciones claramente belicosas hacia el final de ese siglo con
sucesivas invasiones a varios países de Centroamérica y el Caribe, incluyendo a
México. La “Doctrina Monroe” de 1823 y el Corolario a dicha pieza doctrinaria
formulada por Theodore Roosevelt en 1904 plantean abiertamente la aspiración
hegemónica de Estados Unidos sobre esta dilatada geografía que yace al sur del
Río Bravo. A resultas de ello, Washington puede tolerar, aunque sea a
regañadientes, un gobierno socialista en algún país africano (casos de
Mozambique, Zimbawe o Angola, en determinadas épocas) pero responde con
fulminante brutalidad cuando una pequeña isla de 344 km2 y 90.000
habitantes como Granada comete “el error” de elegir, en 1979 un gobierno
socialista radical bajo el liderazgo de Maurice Bishop. La respuesta de la
Administración Reagan no se hizo esperar: en octubre de 1983 despachó un
poderoso contingente militar compuesto por casi 8.000 hombres (poco menos que
el 10 por ciento de la población invadida) y en pocos días depuso al gobierno y
ejecutó al Primer Ministro, su esposa y sus principales colaboradores. La
justificación por este crimen: la construcción de un nuevo aeropuerto para
facilitar el turismo a la isla, lo cual fue interpretado por los criminales de
Washington como un perverso plan para facilitar el aterrizaje de aviones de
guerra soviéticos en el Caribe. Nada siquiera remotamente semejante fue jamás
hecho por Estados Unidos en ninguna otra región del planeta ante un país de las
pequeñas dimensiones y casi nula gravitación de Granada, salvo en América
Latina y el Caribe, díscola y turbulenta frontera de un imperio protegido por
un enorme hinterland y dos grandes océanos.[4]
El único peligro proviene del Sur, del mundo del subdesarrollo latinoamericano.
Es a causa de ello que, si bien con algunos matices, argumentos semejantes a
los expresados en el caso de Granada sobre una supuesta amenaza a la “seguridad
nacional” han seguido esgrimiéndose hasta el día de hoy. Se hizo antes con la
Guatemala de Arbenz en 1954, con Cuba desde el 1° de enero de 1959, después con
la revolución nicaragüense en 1979 y, apenas ayer, en marzo del 2015, lo
reiteró el presidente Barack Obama cuando emitió una orden ejecutiva
estableciendo una “emergencia nacional”
por la amenaza “inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional y a la
política exterior causada por la situación en Venezuela.[5]
De todo lo anterior se
desprende que Washington se opondrá a cualquier proceso genuinamente
democratizador que se escenifique en nuestros países. Cualquier fuerza política
que acceda al gobierno y trate de hacer verdad aquello de la soberanía popular
-que se asienta sobre la soberanía económica y política en un mundo de naciones
poderosas, imperialistas y colonialistas, y países débiles y sometidos- será
ferozmente combatido por el imperio. Cuando Obama y sus colaboradores hablan de
la “normalización” de las relaciones con Cuba y con los países del hemisferio
lo que entienden por ello es regresar a la situación en que se encontraba esta
parte del mundo al anochecer del 31 de diciembre de 1958, es decir, en las
vísperas de la Revolución Cubana. “Normalizar” es un eufemismo que oculta la
intención de encuadrar y subordinar a los países de Nuestra América para que
sirvan de apoyatura a las aventuras imperiales de Washington, tanto en esta
parte del mundo como en otros continentes. Piénsese si no en la parafernalia de
vínculos existentes entre los aparatos de inteligencia norteamericanos (nada
menos que dieciséis según la última cuenta) y los organismos militares y
policiales del imperio con sus homólogos de América Latina y el Caribe. El
gobierno de Estados Unidos entrena a nuestros espías, soldados y policías; les
enseña tácticas de interrogatorio; les aporta las armas, y junto con las armas,
la definición doctrinaria de quienes son los amigos y quienes los enemigos a
los cuales habrá que disparar; coordina con sus ejercicios conjuntos las
labores de nuestros ejércitos de aire, mar y tierra; tiene escuelas especiales,
como la remozada Escuela de las Américas, ahora cambiada de nombre pero que
sigue cumpliendo las mismas funciones;
mantiene en vigor la Junta Interamericana de Defensa, para coordinar los
estados mayores de nuestras fuerzas armadas en función de las prioridades y
necesidades militares de Estados Unidos. Todo esto sigue en pie, pese a los
esfuerzos de la UNASUR y sus tentativas de concebir y coordinar una estrategia
sudamericana de contención de la virulencia imperial. Hay, eso sí, enel terreno
militar algunas valiosas excepciones como Cuba, naturalmente; Venezuela y, sólo
parcialmente, Bolivia y Ecuador. Hablar de imperialismo, violencia y guerra es
algo tan elemental que no debería exigir mayores argumentaciones.
La llegada de Donald
Trump a la Casa Blanca, un outsider de la
política pero no así de la elite económica, agrega nuevos ingredientes que
complejizan aún más la situación. Su radical abandono del neoliberalismo global
que, como asegura con razón, debilitó a la economía norteamericana a la vez que
fortalecía a sus competidores, impuso, de la noche a la mañana el primado del
proteccionismo y el nacionalismo económico, execrados hasta hace pocos meses
atrás, y emitió la sentencia de muerte del libre cambio y su parafernalia de
tratados de libre comercio. Pero su racismo y su visceral rechazo a la
inmigración plasmados en la absurda e inaceptable pretensión de finalizar la
construcción de un Muro separando México de Estados Unidos augura un ciclo de
difíciles relaciones entre nuestros países y la Casa Blanca.[6]
La política que el nuevo presidente seguirá en relación a América Latina y el
Caribe es aún hoy un misterio, salvo el caso del Muro. Abundan las conjeturas y
las especulaciones, aunque su intervención en Siria y las recientes
declaraciones del jefe del Comando Sur, almirante Kurt Tidd, ante la Comisión
de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos son razonables motivos de
preocupación. Su insinuación de que ante la “crisis humanitaria” que se abate
sobre Venezuela (producto por cierto de la feroz guerra económica declarada por
el ex Presidente Obama contra esa nación sudamericana) podría llegar a tornar
necesaria una “acción conjunta” de los países de la región (verbigracia: una
invasión militar) que abriría las puertas del infierno y sumiría a los países
del área en un vértigo de violencia e inestabilidad política grávido de
terribles consecuencias.
No está dicho que este
sea un inexorable desenlace, pero no podemos dejar de tomar nota de esta
amenaza ante la cual lo único que puede neutralizarla es el fortalecimiento de
la unidad latinoamericana, robustecer la UNASUR y la CELAC, puesto que el rol de
la OEA, como lo ha demostrado en los últimos tiempos el indigno desempeño de su
Secretario General, Luis Almagro, es servir de ariete de los intereses
norteamericanos en la región. En su preclara Carta de Jamaica el Libertador Simón Bolívar ya lo había
advertido: Nuestra América no tendría destino si no avanzaba en la
consolidación de su unidad, misma que hoy está en serio riesgo ante el carácter
conservador y neocolonial de los gobiernos de las dos mayores economías de
Sudamérica: Argentina y Brasil, más interesados en demostrar su conformidad con
los mandatos de Washington que en proteger los intereses nacionales de sus
respectivos países. Pero el triunfo de Lenin Moreno en la reciente elección
presidencial del Ecuador y las turbulencias políticas que agitan a aquellos dos
países son signos de que no todo está perdido y que el ciclo progresista y
autoemancipatorio que comenzara a finales del siglo pasado y que muchos daban
ya por muerto bien podría recobrar su impulso en fechas próximas. Que así sea
porque, en desunión, nuestros países estarán fatalmente condenados a ser
dóciles peones de las guerras del imperio, aportando sus recursos naturales y
sus gentes para luchar en defensa de algo que nos es por completo ajeno.
Borón, Atilio
(2012) América Latina en la Geopolítica del Imperialismo.
Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012.
Bosch, Juan
(2015) El Pentagonismo, sustituto del imperialismo.
Santo Domingo: Fundación Juan Bosch.
Dale Scott, Peter (2014) The
American Deep State: Wall Street, Big Oil and the Attack on U.S. Democracy.
London: Rowman & Littlefield Publishing Group.
Engelhardt,
Tom (2015) “El nuevo orden
estadounidense”, en: Rebelion.org. Publicado el 23/03/2015. URL: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196927.
Michael Klare
(2012) The race for what is left. New York: Metropolitan Books.
Selser, Gregorio (s/f) Cronología de las
intervenciones extranjeras en América Latina. México DF: Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad
Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra
América.
Suárez Salazar, Luis (2006) Madre América. Un siglo de
violencia y dolor (1898-1998). Santiago de Cuba.
Wolin, Sheldon (2009) Democracia S.A. La
democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido. Buenos
Aires: Katz Editores.
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Atilio A. Borón
aaboron@gmail.com
Investigador
Superior del Conicet. Investigador del IEALC, Instituto de Estudios de América
Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. Director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en
Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Blog:
www.atilioboron.com.ar.
[1] Sobre esto ver Engelhardt (2015). Ver asimismo dos textos clásicos sobre este tema: Dale Scott (2014) y Sheldon Wolin (2009). También puede consultarse Bosch (2015).
[2] Hemos desarrollado con todo detalle este cálculo en Borón (2012), América Latina en la Geopolítica del Imperialismo.
[3] Ver al
respecto http://markets.businessinsider.com/news/stocks/defense-stocks-rise-after-syria-strike-raytheon-lockheed-martin-boeing-april-7-2017-4-1001906661-1001906661.
Otra fuente asegura que el Pentágono encargó la fabricación de 4.000 misiles
Tomahawks en el presupuesto aprobado para el año 2017: http://money.cnn.com/2017/04/07/investing/syria-raytheon-tomahawk-missiles/
[4] Sobre este tema del intervencionismo norteamericano en Nuestra
América es insoslayable la referencia a la monumental obra de Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina
(s/f). Véase asimismo la obra, más reciente, del politólogo e historiador
cubano Luis Suárez Salazar (2006) Madre
América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), publicada en Cuba pero de
inminente publicación en Colombia con un prólogo del autor de estas líneas.
[5] Para su triste memoria, Obama prorrogó la vigencia de esa absurda
orden ejecutiva pocas horas antes de abandonar la Casa Blanca y entregar el
mando a su sucesor.
[6] Hay que recordar que el presupuesto para financiar el inicio de la
construcción del Muro fue aprobado en el 2006 por dos relevantes políticos
norteamericanos que hoy se rasgan las vestiduras ante la iniciativa del magnate
neoyorquino: los senadores Hilllary Clinton (Nueva York) y su colega de
Illinois, Barack Obama. Ver: http://especiales.univision.com/detector-de-mentiras/fact/en-sus-dias-en-el-senado-respaldaron-clinton-y-obama-la-construccion-de-una-reja-fronteriza-con-mexico/