Latinoamérica en la hora de los hornos

 

 

 

Latin America at a time of great political turmoil

 

 

 

 

 

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Atilio A. Borón

aaboron@gmail.com

Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Facultad

de Ciencias Sociales, UBA / CONICET, Argentina

 

 

 

 

 

Resumen

 

Son muchos los analistas y observadores de la escena internacional que expresan su aprehensión ante un mundo que se acerca temerariamente a una tercera guerra mundial. Hay tres rasgos del sistema internacional que ofrecen algunas claves interpretativas para comprender esta escalada guerrerista que, por cierto, no la inició Trump sino que viene de antes. En primer lugar, un factor crítico es la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial, elemento que desarrollamos en este escrito. Un segundo factor, también tematizado aquí es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en poca menor medida, de sus aliados europeos. Por último, un tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos naturales”. En este escenario en donde la guerra –o la amenaza de su estallido- es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las relaciones internacionales, América Latina y el Caribe juegan un papel de especialísima importancia.

 

Palabras clave: Latinoamérica; militarismo; capitalismo financiero; geopolítica; inestabilidad política 

 

 

Abstract

 

Many analysts and observers of the international scene express their apprehension before a world that approaches recklessly to a third world war. There are three features of the international system that offer some interpretive clues to understand this escalating warrior that, incidentally, did not start Trump but comes from before. In the first place a critical factor is the instability of the global geopolitical balance, element that we developed in this writing. A second factor, also thematized here, is the increasing gravitation of the military-industrial-financial complex in the decision-making process of the US government and, to a lesser extent, of its European allies. Finally, a third element that drives wars is what an author like Michael Klare has called "the hunt for natural resources. In this scenario where the war - or the threat of its outbreak - is the backdrop on which international relations develop, Latin America and the Caribbean play a very important role. 

 

Keywords: Latin America; militarism; financial capitalism; geopolitics; political instability 

 

 

 

 

 

Latinoamérica en la hora de los hornos

 

 

 

Son muchos los analistas y observadores de la escena internacional que expresan su aprehensión ante un mundo que se acerca temerariamente a una tercera guerra mundial. El bombardeo ordenado por el presidente Donald Trump a una base aérea en Siria ha tensado la cuerda de las relaciones ruso-estadounidenses –las dos superpotencias nucleares del planeta- hasta un punto muy cercado al que se llegara en la Crisis de Octubre de 1962, cuando los misiles soviéticos estacionados en Cuba fueron finalmente retirados ante la amenaza cierta de una guerra termonuclear.  No hemos llegado a este punto aún, pero el peligro es inminente. ¿Cómo entender esta delicada situación actual y cuáles son las implicaciones que ella tiene para América Latina? Sucintamente hablando, y a riesgo de simplificar esta presentación, digamos que hay tres rasgos del sistema internacional que ofrecen algunas claves interpretativas para comprender esta escalada guerrerista que, por cierto, no la inició Trump sino que viene de antes. Varios de sus predecesores en la Casa Blanca hicieron su ominosa contribución para llegar a la alarmante situación actual.

En primer lugar, un factor crítico es la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial. Uno tras otro los diversos documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de Estados Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está erizado de amenazas a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el país debe prepararse para varias décadas de guerras. La paz es algo que ni se menciona en estos documentos; el supuesto básico es la continuación indefinida de la guerra, sea de carácter “preventivo”, como lo planteara George W. Bush; sea de tipo “retaliatorio” ante un ataque a los Estados Unidos, a sus aliados o a sus ciudadanos. El multipolarismo actual es un formato del sistema internacional relativamente novedoso. Hubo desde el siglo dieciocho y hasta comienzos del veinte un sistema de pesos y contrapesos de estados nación que se llamó “Concierto de Naciones” que si bien no impidió las guerras pero tuvo la capacidad para contenerlas dentro de ciertos límites hasta que el sistema estalló con la Primera Guerra Mundial. Claro que aquel era un sistema exclusivamente europeo: ni Estados Unidos, ni Japón y menos aún la China tenían parte alguna en esos acuerdos que perduraron desde la paz de Westfalia (1648) hasta su estrepitoso derrumbe con la Primera Guerra Mundial. Durante esos casi tres siglos ningún país extra-europeo tenía algo que decir en las mesas de negociaciones en donde se procedía minuciosamente a trazar esferas de influencia y a repartirse el mundo. Hoy es muy diferente, porque las potencias extra-europeas han empequeñecido a la declinante y decadente Europa y los consensos difíciles del pasado, entre naciones que compartían básicamente una misma cultura, una misma religión y una misma tradición política, son muchísimo más difíciles de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la discusión son naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones e intereses muy diferentes y, en cierto sentido, incompatibles.

Bajo estas condiciones, la paz se convierte en una empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y marca también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la región más pacífica del planeta. Los principales líderes de la izquierda y el progresismo latinoamericano no han dejado de marcar esta singularidad, ratificada además formalmente por la aprobación de una declaración, en enero de 2014 –en el marco de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que tuvo lugar en La Habana– de América Latina y el Caribe como una zona de paz. No está demás recordar que este inédito multipolarismo pluriregional, con actores como China, India y algunos otros, brotó de las ruinas de un efímero período transicional: el unipolarismo estadounidense, que algunos espíritus ingenuos, embriagados ante el derrumbe de la Unión Soviética, soñaron que duraría por lo menos un siglo y se derrumbó en apenas una década.

Segundo, un factor que alienta y promueve las guerras y la violencia es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en poca menor medida, de sus aliados europeos. Esa infernal maquinaria vive de la guerra y para la guerra. Para ellos la paz significa su ruina, la bancarrota, y la única estrategia razonable para estas megacorporaciones es estimular los conflictos y las rivalidades por todos los medios posibles. Si no las hay deben ser inventadas. Su tasa de ganancia está directamente asociada con la guerra y es inversamente proporcional a la paz. Su poderío es inmenso: fue denunciado nada menos que por el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida del 17 de enero de 1961 y lo describió como la más seria amenaza para la libertad y la democracia de Estados Unidos. A lo largo de más de medio siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que acrecentarse, hasta asumir proporciones monstruosas. Si en aquella época era una amenaza hoy es quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el infausto tránsito desde una república democrática a un régimen plutocrático.[1] Es decir una forma política que, parafraseando a Lincoln, es el gobierno del dinero, por el dinero y para el dinero. Y dado que el gasto militar de Estados Unidos es el principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores industriales, financieros y petroleros, es en interés de los gobiernos otorgar toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez, disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e indispensables financiadoras de las costosas carreras políticas de representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país y cuya máxima expresión es el actual presidente. No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin estar en guerra. O que Barack Obama, con sus lauros como Premio Nobel de la Paz, no pudo dejar de hacer la guerra día a día durante los ocho años de su mandato. O que, pese a los optimistas anuncios, el gasto militar haya aumentado aún luego de la desaparición de quien durante los largos años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética.

En este sentido, la operación propagandística del imperio en el sentido de exaltar los “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al desarrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de recursos para facilitar el progreso económico y social de los países de la periferia ni se redujo la escalada armanentística. Según los cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el umbral considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial.[2] Con perfiles menos acusados que en Estados Unidos el complejo militar-industrial-financiero también opera en los países europeos y en el Lejano Oriente, en Japón y Corea del Sur. En otras palabras, la acumulación capitalista siempre estuvo signada por la violencia (si no, cómo explicar la “Conquista de América”, o el masivo despojo del campesinado en los países del capitalismo metropolitano) y en tiempos recientes esta violencia se ha institucionalizado y profundizado pari passu con el fenomenal crecimiento del aparato militar, lo que impulsa las guerras a la vez que socava los fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado como en la periferia del sistema. ¿Una nueva prueba de la relación entre guerras y ganancias del complejo militar industrial norteamericano? Las acciones de la Raytheon, la empresa fabricante de los misiles Tomahawk utilizados en el reciente bombardeo de Siria, subieron un 3 % pocas horas después de conocido el incidente, arrastrando también hacia al alza a las principales corporaciones del complejo militar-industrial.[3]

Un tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos naturales” (2012). En un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de ciertos bienes comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y siguiendo por el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los alimentos, y frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en una campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos por un patrón de consumo capitalista caracterizado por la utilización irracional y el derroche de los recursos naturales. Para nadie es un misterio que la vigorosa expansión de China en los países del Tercer Mundo tiene como objetivo fundamental asegurarse el suministro de ciertos recursos naturales imprescindibles para su economía, fenómeno este que se manifiesta sobre todo en África pero también, aunque en menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una guerra comercial termina siendo una guerra en el sentido más integral del término.


El lugar de América Latina y el Caribe en un mundo cada vez más peligroso

En este escenario en donde la guerra –o la amenaza de su estallido– es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las relaciones internacionales, América Latina y el Caribe juegan un papel de especialísima importancia.

Por empezar, somos la región del mundo mejor dotada de recursos naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos entre el 42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra. Somos, además, el pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede de enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de alimentos de origen vegetal o animal. Esta formidable dotación suscita los apetitos del imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a un país como Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las mayores del mundo, hoy superiores a las de Arabia Saudita.

 Un continente que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio, fuente energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus derivados (teléfonos móviles, computadoras en sus diversas variantes, cámaras fotográficas corrientes y satelitales, filmadoras, automotores híbridos y así sucesivamente). La nanotecnología y sus increíbles aplicaciones tienen como fundamento práctico la biodiversidad, de la cual América Latina (y especialmente Sudamérica) tienen el mayor caudal del planeta. Ni hablemos del agua, crucial para un país como Estados Unidos cuyo derroche de ese líquido elemento lo ha llevado a convertir el otrora impetuoso río Colorado, capaz de cavar un profundo cañón en Arizona en un arroyo que a menudo no llega ni siquiera a desaguar en el Océano Pacífico. Tendrían que ser unos tremendos ignorantes los administradores imperiales (y no lo son) como para ser indiferentes ante una realidad tan exuberante como la que ofrece nuestra región. Por eso, desde los inicios de su vida independiente, Estados Unidos consideró a esta parte del mundo como su “patio trasero”, su zona de seguridad. Y por eso también tanto Fidel como el Che no se cansaron de decir que América Latina y el Caribe eran “la retaguardia estratégica del imperio.”

En segundo lugar, las concepciones estratégicas militares de Estados Unidos desde los años fundacionales de la república siempre adhirieron a la tesis de la “gran isla americana”, extendiéndose desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Esta concepción militar asume que la seguridad nacional de Estados Unidos depende de la capacidad de Washington para evitar que poderes extracontinentales hagan pie firme en algún sector de la isla americana, o que existan en ella gobiernos hostiles a los designios de Estados Unidos. Esta concepción se perfeccionó desde comienzos del siglo diecinueve y adquirió connotaciones claramente belicosas hacia el final de ese siglo con sucesivas invasiones a varios países de Centroamérica y el Caribe, incluyendo a México. La “Doctrina Monroe” de 1823 y el Corolario a dicha pieza doctrinaria formulada por Theodore Roosevelt en 1904 plantean abiertamente la aspiración hegemónica de Estados Unidos sobre esta dilatada geografía que yace al sur del Río Bravo. A resultas de ello, Washington puede tolerar, aunque sea a regañadientes, un gobierno socialista en algún país africano (casos de Mozambique, Zimbawe o Angola, en determinadas épocas) pero responde con fulminante brutalidad cuando una pequeña isla de 344 km2 y 90.000 habitantes como Granada comete “el error” de elegir, en 1979 un gobierno socialista radical bajo el liderazgo de Maurice Bishop. La respuesta de la Administración Reagan no se hizo esperar: en octubre de 1983 despachó un poderoso contingente militar compuesto por casi 8.000 hombres (poco menos que el 10 por ciento de la población invadida) y en pocos días depuso al gobierno y ejecutó al Primer Ministro, su esposa y sus principales colaboradores. La justificación por este crimen: la construcción de un nuevo aeropuerto para facilitar el turismo a la isla, lo cual fue interpretado por los criminales de Washington como un perverso plan para facilitar el aterrizaje de aviones de guerra soviéticos en el Caribe. Nada siquiera remotamente semejante fue jamás hecho por Estados Unidos en ninguna otra región del planeta ante un país de las pequeñas dimensiones y casi nula gravitación de Granada, salvo en América Latina y el Caribe, díscola y turbulenta frontera de un imperio protegido por un enorme hinterland y dos grandes océanos.[4] El único peligro proviene del Sur, del mundo del subdesarrollo latinoamericano. Es a causa de ello que, si bien con algunos matices, argumentos semejantes a los expresados en el caso de Granada sobre una supuesta amenaza a la “seguridad nacional” han seguido esgrimiéndose hasta el día de hoy. Se hizo antes con la Guatemala de Arbenz en 1954, con Cuba desde el 1° de enero de 1959, después con la revolución nicaragüense en 1979 y, apenas ayer, en marzo del 2015, lo reiteró el presidente Barack Obama cuando emitió una orden ejecutiva estableciendo una “emergencia nacional” por la amenaza “inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional y a la política exterior causada por la situación en Venezuela.[5]

De todo lo anterior se desprende que Washington se opondrá a cualquier proceso genuinamente democratizador que se escenifique en nuestros países. Cualquier fuerza política que acceda al gobierno y trate de hacer verdad aquello de la soberanía popular -que se asienta sobre la soberanía económica y política en un mundo de naciones poderosas, imperialistas y colonialistas, y países débiles y sometidos- será ferozmente combatido por el imperio. Cuando Obama y sus colaboradores hablan de la “normalización” de las relaciones con Cuba y con los países del hemisferio lo que entienden por ello es regresar a la situación en que se encontraba esta parte del mundo al anochecer del 31 de diciembre de 1958, es decir, en las vísperas de la Revolución Cubana. “Normalizar” es un eufemismo que oculta la intención de encuadrar y subordinar a los países de Nuestra América para que sirvan de apoyatura a las aventuras imperiales de Washington, tanto en esta parte del mundo como en otros continentes. Piénsese si no en la parafernalia de vínculos existentes entre los aparatos de inteligencia norteamericanos (nada menos que dieciséis según la última cuenta) y los organismos militares y policiales del imperio con sus homólogos de América Latina y el Caribe. El gobierno de Estados Unidos entrena a nuestros espías, soldados y policías; les enseña tácticas de interrogatorio; les aporta las armas, y junto con las armas, la definición doctrinaria de quienes son los amigos y quienes los enemigos a los cuales habrá que disparar; coordina con sus ejercicios conjuntos las labores de nuestros ejércitos de aire, mar y tierra; tiene escuelas especiales, como la remozada Escuela de las Américas, ahora cambiada de nombre pero que sigue cumpliendo las mismas funciones;  mantiene en vigor la Junta Interamericana de Defensa, para coordinar los estados mayores de nuestras fuerzas armadas en función de las prioridades y necesidades militares de Estados Unidos. Todo esto sigue en pie, pese a los esfuerzos de la UNASUR y sus tentativas de concebir y coordinar una estrategia sudamericana de contención de la virulencia imperial. Hay, eso sí, enel terreno militar algunas valiosas excepciones como Cuba, naturalmente; Venezuela y, sólo parcialmente, Bolivia y Ecuador. Hablar de imperialismo, violencia y guerra es algo tan elemental que no debería exigir mayores argumentaciones.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, un outsider de la política pero no así de la elite económica, agrega nuevos ingredientes que complejizan aún más la situación. Su radical abandono del neoliberalismo global que, como asegura con razón, debilitó a la economía norteamericana a la vez que fortalecía a sus competidores, impuso, de la noche a la mañana el primado del proteccionismo y el nacionalismo económico, execrados hasta hace pocos meses atrás, y emitió la sentencia de muerte del libre cambio y su parafernalia de tratados de libre comercio. Pero su racismo y su visceral rechazo a la inmigración plasmados en la absurda e inaceptable pretensión de finalizar la construcción de un Muro separando México de Estados Unidos augura un ciclo de difíciles relaciones entre nuestros países y la Casa Blanca.[6] La política que el nuevo presidente seguirá en relación a América Latina y el Caribe es aún hoy un misterio, salvo el caso del Muro. Abundan las conjeturas y las especulaciones, aunque su intervención en Siria y las recientes declaraciones del jefe del Comando Sur, almirante Kurt Tidd, ante la Comisión de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos son razonables motivos de preocupación. Su insinuación de que ante la “crisis humanitaria” que se abate sobre Venezuela (producto por cierto de la feroz guerra económica declarada por el ex Presidente Obama contra esa nación sudamericana) podría llegar a tornar necesaria una “acción conjunta” de los países de la región (verbigracia: una invasión militar) que abriría las puertas del infierno y sumiría a los países del área en un vértigo de violencia e inestabilidad política grávido de terribles consecuencias.

No está dicho que este sea un inexorable desenlace, pero no podemos dejar de tomar nota de esta amenaza ante la cual lo único que puede neutralizarla es el fortalecimiento de la unidad latinoamericana, robustecer la UNASUR y la CELAC, puesto que el rol de la OEA, como lo ha demostrado en los últimos tiempos el indigno desempeño de su Secretario General, Luis Almagro, es servir de ariete de los intereses norteamericanos en la región. En su preclara Carta de Jamaica el Libertador Simón Bolívar ya lo había advertido: Nuestra América no tendría destino si no avanzaba en la consolidación de su unidad, misma que hoy está en serio riesgo ante el carácter conservador y neocolonial de los gobiernos de las dos mayores economías de Sudamérica: Argentina y Brasil, más interesados en demostrar su conformidad con los mandatos de Washington que en proteger los intereses nacionales de sus respectivos países. Pero el triunfo de Lenin Moreno en la reciente elección presidencial del Ecuador y las turbulencias políticas que agitan a aquellos dos países son signos de que no todo está perdido y que el ciclo progresista y autoemancipatorio que comenzara a finales del siglo pasado y que muchos daban ya por muerto bien podría recobrar su impulso en fechas próximas. Que así sea porque, en desunión, nuestros países estarán fatalmente condenados a ser dóciles peones de las guerras del imperio, aportando sus recursos naturales y sus gentes para luchar en defensa de algo que nos es por completo ajeno.


 

Referencias bibliográficas

Borón, Atilio (2012) América Latina en la Geopolítica del Imperialismo. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012.

 

Bosch, Juan (2015) El Pentagonismo, sustituto del imperialismo. Santo Domingo: Fundación Juan Bosch.

 

Dale Scott, Peter (2014) The American Deep State: Wall Street, Big Oil and the Attack on U.S. Democracy. London: Rowman & Littlefield Publishing Group.

 

Engelhardt, Tom (2015) “El nuevo orden estadounidense”, en: Rebelion.org. Publicado el 23/03/2015. URL: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196927.

 

Michael Klare (2012) The race for what is left. New York: Metropolitan Books.

 

Selser, Gregorio (s/f) Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina. México DF: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra América.

 

Suárez Salazar, Luis (2006) Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998). Santiago de Cuba.

 

Wolin, Sheldon (2009) Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido. Buenos Aires: Katz Editores.

 

 

 

 

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Sobre el autor

Atilio A. Borón

aaboron@gmail.com

Investigador Superior del Conicet. Investigador del IEALC, Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Blog: www.atilioboron.com.ar.

 



[1] Sobre esto ver Engelhardt (2015). Ver asimismo dos textos clásicos sobre este tema: Dale Scott (2014) y Sheldon Wolin (2009). También puede consultarse Bosch (2015).

[2] Hemos desarrollado con todo detalle este cálculo en Borón (2012), América Latina en la Geopolítica del Imperialismo.

[3] Ver al respecto http://markets.businessinsider.com/news/stocks/defense-stocks-rise-after-syria-strike-raytheon-lockheed-martin-boeing-april-7-2017-4-1001906661-1001906661. Otra fuente asegura que el Pentágono encargó la fabricación de 4.000 misiles Tomahawks en el presupuesto aprobado para el año 2017: http://money.cnn.com/2017/04/07/investing/syria-raytheon-tomahawk-missiles/

[4] Sobre este tema del intervencionismo norteamericano en Nuestra América es insoslayable la referencia a la monumental obra de Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina (s/f). Véase asimismo la obra, más reciente, del politólogo e historiador cubano Luis Suárez Salazar (2006) Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), publicada en Cuba pero de inminente publicación en Colombia con un prólogo del autor de estas líneas.

[5] Para su triste memoria, Obama prorrogó la vigencia de esa absurda orden ejecutiva pocas horas antes de abandonar la Casa Blanca y entregar el mando a su sucesor.

[6] Hay que recordar que el presupuesto para financiar el inicio de la construcción del Muro fue aprobado en el 2006 por dos relevantes políticos norteamericanos que hoy se rasgan las vestiduras ante la iniciativa del magnate neoyorquino: los senadores Hilllary Clinton (Nueva York) y su colega de Illinois, Barack Obama. Ver: http://especiales.univision.com/detector-de-mentiras/fact/en-sus-dias-en-el-senado-respaldaron-clinton-y-obama-la-construccion-de-una-reja-fronteriza-con-mexico/