Entre los esencialismos y las
multiplicidades. Pistas para comprender la diversidad cultural en jóvenes
cordobeses detenidos por la policía
Between essentialisms and multiplicities. Clues to understanding cultural diversity in young cordobeses detained by police
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Mariana Jésica Lerchundi
marianalerchundi@gmail.com
CONICET,
Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina
Resumen
El artículo realiza algunas
problematizaciones en torno a la diversidad cultural, la identidad y la cultura popular, herramientas
teóricas pensadas desde los detenidos por aplicación del Código de Faltas en la
provincia de Córdoba. Es decir, el sujeto empírico de reflexión se reduce a los
jóvenes de sectores populares que sufren la aplicación de la normativa. El
artículo se propone como una instancia de reflexión teórica, previa al trabajo
de campo, correspondiente a un estudio en curso más amplio. Los diversos
enfoques teóricos intentan poner en tensión y diálogo perspectivas que
habiliten a pensar la diversidad cultural en el marco de la desigualdad. Sin
perder de vista el contexto de la política de seguridad cordobesa.
Palabras clave: diversidad cultural; identidad; cultura
popular; jóvenes
Abstract
The nation, The
article makes some problematizations around cultural
diversity, identity and popular culture, theoretical tools designed from the
detainees by application of the Codigo de Faltas in the province of Cordoba. That is, the empirical
subject of reflection are the young of popular sectors applied to them that the
law. The article is proposed as an instance of theoretical reflection, prior to
field work, corresponding to broader study course. The diverse theoretical
approaches attempt to tension and hinking that
enables cultural diversity in the context of inequality. Without
losing sight of the context of security policy of Cordoba.
Keywords: cultural
diversity; identity; popular culture; young
El
presente artículo realiza algunas problematizaciones en torno a la diversidad cultural, la identidad y la cultura popular, herramientas teóricas pensadas desde los
detenidos por aplicación del Código de Faltas (CDF) en la provincia de Córdoba.
Es decir, el sujeto empírico de reflexión se reduce a los jóvenes de sectores
populares que sufren la aplicación de la normativa. El artículo se propone como
una instancia de reflexión teórica, previa al trabajo de campo, correspondiente
al estudio en curso[1].
Se
parte de la información estadística que la aplicación del CDF afecta en mayor
medida a jóvenes, principalmente, varones y pobres, en términos porcentuales
representa el 70% de los detenidos por esa ley (Coria & Etchichury,
2010). Los resultados de los primeros pasos en el trabajo de campo arriban
algunas dimensiones comunes en los detenidos: color de rostro, tipo de
vestimenta, música que escuchan, espacios que transitan, territorialidad de
origen y condiciones socio-económicas del grupo familiar. Es decir, incluye
aspectos culturales y económicos.
Lo
anterior hace suponer que en la heterogeneidad de opciones de modelos de vida,
sólo algunas culturas son asibles socialmente. Dicho de otro modo, el CDF
persigue a ciertos sujetos por sus características culturales y
socioeconómicas. Incluso podría avanzarse en esta premisa y afirmar que el
accionar policial -como brazo que aplica el CDF- necesita de estereotipos de
sujeto que den lugar a su aplicación.
El
recrudecimiento de la política de seguridad, ubicada temporalmente desde 2003,
se delinea de la mano del aumento del control social legitimado por la
creciente sensación de inseguridad. Esa hipótesis de trabajo hila política de
seguridad y diversidad cultural, dos nociones a priori distantes, pero ligadas
en la cotidianeidad de los cordobeses. En otras palabras, se piensa que si el
CDF se aplica con mayor énfasis en jóvenes de sectores populares la política de
seguridad persigue ciertos hábitos, formas de ser y estar propios de la cultura
popular.
La
investigación en curso pretende explorar las configuraciones subjetivas de los
jóvenes detenidos, por tanto resulta necesario hacer un rastreo teórico sobre
identidad, entendida como una dimensión de la subjetividad. Asimismo, al
estudiar algunos enfoques sobre esa categoría es inevitable recurrir a la
diversidad cultural. A pesar de tener una impronta teórica, las reflexiones que
siguen pretenden pensarse en el marco de la política de seguridad cordobesa,
contexto en el cual los jóvenes son detenidos y perseguidos, sus culturas
segregadas y discriminadas.
A
continuación bajo el título “la política de seguridad” se brindan elementos del
contexto socio-político de Córdoba. En el aparatado “la diversidad cultural” se
introducen algunas problematizaciones sobre ese campo
de estudio. En “La identidad como elemento constitutivo de la diversidad
cultural: singularidades y multiplicidades” se recogen diferentes análisis,
principalmente, en torno a la identidad. Posteriormente, en “los jóvenes y la
cultura popular” se indaga teóricamente sobre la noción de jóvenes de sectores
populares. Por último, a partir del corpus teórico se proponen líneas para
seguir pensando las diversidades juveniles, a la luz de las políticas de
seguridad.
El
gobierno de la seguridad en Córdoba articula un conjunto de posicionamientos
teóricos sobre contravenciones, delito e inseguridad así
como acciones gubernamentales que configuran un estilo administrativo
específico en el modo de diseñar e instrumentar la política de seguridad. Bonvillani (2015) reconoce cuatro componentes principales:
Primero, se focaliza en las transgresiones que afectan la propiedad privada y
el delito callejero. No incluye otros de mayor gravedad social como pueden ser
los delitos financieros, narcotráfico o corrupción sino que prioriza los de
mayor impacto en la opinión pública (Plaza Scheafer
& Morales, 2013). El CDF responde a un modo punitivo de concebir la
seguridad. Tras la tolerancia cero (Wacquant, 2004),
y con el argumento de prevención del delito, se persiguen las pequeñas
infracciones para evitar la comisión de delitos más gravosos. Resulta una
práctica discriminatoria llamada también de intolerancia selectiva (Wacquant, 2004). En Córdoba se detiene a un gran número de
personas que aún no consumaron ninguna contravención. Esto es posible gracias a
la vaguedad y ambigüedad de las tipificaciones jurídicas que permiten a la
policía obrar con una impune arbitrariedad (Etchichury,
2007; Guiñazú, 2010).
Segundo, el ‘derecho penal de autor’ que
invierte el orden constitucional y castiga la posibilidad de ser y no la
acción. Se efectúan detenciones basadas en la apariencia: estereotipos
físicos, culturales y socio-económicos. En otras palabras estigmatiza
determinadas culturas cuya asociación presente es la de jóvenes, cultura popular,
condiciones de pobreza y delincuencia (Bolatti, et
al, 2013).
Tercero,
desde 2003, el gobierno se propuso como objetivo declamado dar seguridad a la
población a través de los masivos y permanentes controles en la vía pública,
sobre todo, en zonas estratégicas o las consideradas peligrosas como los
barrios populares (Bonvillani, 2015).
Paradójicamente, la seguridad se vuelve precaria para todos los sectores y
ciertos sujetos son empujados a un espiral de exclusión
(Baratta, 2004): se produce un desplazamiento de la
conflictividad social a la problemática de la criminalidad -ubicada
topográficamente en los sectores marginados- y sus jóvenes, núcleo de la
cuestión social, son convertidos en la cuestión de la inseguridad (Castel, 2013).
Cuarto,
la puesta en valor de la política de seguridad da lugar a la creación del
Ministerio de Seguridad, en 2003, mayor dotación de personal policial,
infraestructura y armamento. Las prerrogativas que le otorga el CDF posiciona a
la policía como un actor político de peso y relevancia con poder de control
sobre amplios sectores de la población (Brocca, et
al., 2014). Lo cual fue confirmado con el autoacuartelamiento
policial de 2013 (Brocca et al., 2015). En 2015 las
denominadas ‘razzias policiales’ y varios operativos
dejaron un saldo de cientos de detenciones por contravencionales,
mas no por delitos (Ciuffolini, 2015).
Por
último, desde el 1 de abril de 2016 entró en vigencia el Código de Convivencia
Ciudadana[2] que reemplazó al controvertido CDF.
Esto generó algunos cambios legales pero también en los modos en que opera la
política de seguridad de Córdoba. Es muy prematuro arribar conclusiones, al
momento de la escritura de este texto apenas concluyó el primer mes de su
implementación. Resultado de una audiencia con autoridades policiales y
ayudantes fiscales en la Ciudad de Río Cuarto, los altos mandos locales de la
policía cordobesa anunciaron que el nuevo Código dará como resultado menos
detenidos contravencionales. Esto fue confirmado con
algunos operativos en barrios de la Ciudad de Córdoba[3] donde no hubo detenidos pero sí
heridos con balas de plomo. Lo mismo ocurrió con la detención de un joven menor
de edad en Río Cuarto que en el día 14 de febrero de 2016 había sido detenido y
golpeado en la alcaldía local, mientras que el 30 de abril de 2016 fue
interceptado en la vía pública y brutalmente golpeado quedando al margen de los
registros policiales.
La
virulencia represiva aumentó pero no dejó rastros legales. Tal vez la provincia
ha dado un nuevo giro en la política de seguridad lo que no supondría una
mejora en términos de derechos y garantías, sino que a pesar del cambio sus
víctimas continúan siendo las culturas populares.
La
diversidad cultural no es un aspecto nuevo para las sociedades, por el
contrario, siempre estuvo presente en la historia de los pueblos (Lanzillo, 2006). Se impuso para dar cuenta de la
convivencia de diferentes grupos. Sin embargo, Tosoni
(2006) la pone bajo sospecha en la medida que aparece vinculada a la cultura
como totalidad, es decir, sin contextualizar las desigualdades ni el proceso
histórico en la que se producen.
El
debate generado en torno a la diversidad cultural emerge de la mano del
multiculturalismo y en el ámbito intelectual se impuso en los años noventa.
Este tópico surge en la academia estadounidense para estudiar la exclusión de
los negros y en Europa como consecuencia de la realidad pluricultural.
Las representaciones cotidianas que suelen generarse en torno a la diferencia
cultural terminan legitimando relaciones sociales estigmatizantes
que ocultan la realidad social y económica. Por cierto, se observa que a veces
se revaloriza la presencia cultural diversa con el propósito de una
incorporación subordinada. Cuando esto ocurre la diferencia cultural opera bajo
el ropaje de la indiferencia (Tosoni, 2006). Apoyado
en estas ideas el trabajo se inscribe en la necesidad del reconocimiento de la diversidad
cultural presente en los jóvenes sin eludir o negar las desigualdades
socio-económicas que acusa Tosoni.
Por el contrario, esa preocupación será profundizada en el apartado que intenta
delinear cultura popular.
El estudio de la diversidad cultural
-concebida ésta como la pluralidad de visiones de mundo (Fortet
Bentancourt, 2000)- se vio acrecentado, entre otros
factores, por los efectos de la globalización (Tubino
& Kogan, 2004). Pese a la tendencia homogeneizadora que se despliega de la
mano de ese proceso, en la sociedad, conviven diversidad de sujetos atravesados
por categorías particulares que forjan sus propias trayectorias de vida (Picotti, 2006). En este marco global y local, cargado de
generalidades y de particularismos, de esencialismos y multiplicidades los
jóvenes son el sector poblacional más numeroso y quienes se encuentran en una
situación de alta vulnerabilidad social o con posibilidades recortadas de efectivización de sus derechos. Están claramente afectados
por el deterioro del mercado de trabajo, la minimalización
de las políticas sociales y la mediatización de los mecanismos de integración
social (Reguillo, 2013), a lo que se le suma la persecución policial como
estrategia de exclusión.
Todas las culturas deben ser respetadas y
reconocidas. Los sujetos deben poder tomar elementos y apropiarse de sus
prácticas de origen sin que esta actitud valorativa de sus universos culturales
los disponga en una situación discriminatoria. Fornet
Bentancourt (2000) lo propone como una exigencia
ética que apunte a fundar condiciones reales. Los jóvenes no deben sacarse su
gorra o dejar de lado su ropa deportiva para evitar las detenciones. Es el
Estado quien debe respetar, reconocer, asegurar garantías y derechos. Sus
opciones culturales no deben convertirse en motivaciones de discriminación ni
en argumentos que terminen por constituirlos en sujetos de sospecha.
Desde la filosofía intercultural Fornet Bentancourt (2000) permite
entender a la identidad personal como un permanente proceso de liberación que
requiere una tarea de constante discernimiento en el interior mismo del
universo cultural con que se identifica cada persona. La identidad no sólo es
un aspecto íntimo del sujeto sino que su constitución es relacional y debe ser
promovida para la toma de conciencia de la propia identidad cultural como
también de las diferencias culturales (Tubino, s.f).
De
esta manera, la identidad es pensada como una dimensión de la subjetividad y no
como una sustancia transparente para sí misma, donde el sujeto podría
reconocerla con el ejercicio de su autoconciencia. Se trata de ubicar el
sentido en la construcción de las diversas identidades, en sus posibilidades
particulares de apropiación subjetiva y no como una cárcel que determina y
encierra toda producción del sujeto. La identidad, como dimensión de la
subjetividad, designa determinados tipos de procesos subjetivos; en específico
el referido al reconocimiento de sí mismo el cual se expresa en las narrativas
del sujeto y sobre él (Bonvillani, 2009).
La
idea de esencia iría atada a la concepción de lo uno, de lo igual a sí, una
transparencia sobre “algo” natural alojado en el individuo que termina por
anular los procesos sociales en que están inmersos los sujetos. La identidad igualada
a una esencia es vista como una condición irreversible, una forma de nombrar
aquello que se es sin posibilidad de producción o
agencia. A propósito de una valoración esencialista de la identidad resulta
mitigante de la diversidad cultural en la medida que se construyan jerarquías
culturales basadas en estatus que dan un ordenamiento a los grupos culturales
diversos.
Aquí
nos alejamos de toda concepción determinista, se intenta pensar en una noción
que tienda a superar la idea universalista de sujeto moderno (Bonvillani, 2009). Al respecto González Rey (2012) apunta
la distancia respecto de determinismo biológicos (evolucionismo), sociales,
históricos (marxismo) o lingüísticos (giro lingüístico). Ambos autores
sostienen una articulación compleja y multicausal, y
avanzando en el sentido de comprender la subjetividad, la abordan como una
interrelación dinámica de la esfera social y de la individual, de lo racional y
de lo emocional, de la memoria de lo acontecido y de las vivencias actuales.
Así le devuelven al ser humano su capacidad de agencia e incluyen el contexto
socio-histórico en el cual se desenvuelve el sujeto para crear sentidos y
conducir prácticas particulares, múltiples, plurales, diversas.
La
pluralidad cultural que propone Fornet Bentancourt (2000) se inscribe en el proyecto alternativo
al homogeneizador de la globalización neoliberal al cual le asigna el nombre de
‘diálogo intercultural’. Un proyecto de intercambio complejo, ambivalente,
cargado de contradicciones y conflictos puesto que si bien existe una
coexistencia innegable entre diversas culturas no siempre esta convivencia
implica intercambio. El día a día de los jóvenes muestra que las condiciones
simétricas son ideales pero no llevan su correlato político y social. Los
jóvenes suelen ser descalificados, la mirada adultocentrista
configura cursos de acción que los excluye y donde el respeto de sus aspectos
subjetivos y culturales, como garantías legales se ven cercenadas.
Entonces, ¿es posible el diálogo intercultural en el marco de las relaciones de
dominación sobre los jóvenes de sectores populares detenidos por Código de
Faltas?
En esta sección se recogen diferentes
análisis en torno a la identidad. La intención es iluminar esta categoría al
servicio de la diversidad cultural, es decir, considerar los aspectos teóricos
para visibilizar la diversidad en jóvenes.
Hall (1992) distingue tres conceptos de
identidad: del sujeto en la Ilustración, del sujeto sociológico y del sujeto
posmoderno. El primer concepto considera que el centro esencial del ser era la
identidad del sujeto visto éste como individuo unificado y centrado, allí la
identidad nace y se desarrolla con él. Esta visión individualista dota al
sujeto de razón, consciencia y acción y lo considera como autónomo y
autosuficiente. El segundo concepto sostiene que el sujeto forma su identidad
no sólo a través de su ser interior, sino que incluye al exterior y la relación
del individuo con él, es decir, una interacción entre el sujeto y la sociedad.
Por último, el sujeto posmoderno es aquel que posee una identidad fragmentada y
no una única identidad estable; sus identidades pueden ser contradictorias,
cambiantes, variables de acuerdo a las diversas situaciones. Es un tipo de
identidad que se define históricamente y no biológicamente. Basados en la
propuesta de Hall ¿acaso de la división tripartita podrá convalidarse con los
jóvenes de sectores populares detenidos por Código de Faltas? ¿Cuál de ellas
podrá ponerse en diálogo con lo que a los jóvenes les ocurre? ¿Cómo se
construyen sus procesos identitarios?
Arfuch (2005) corrobora la pertinencia
teórica del abordaje del término identidad y de la problemática identitaria desde la ampliación multifacética de sentidos
que ofrece la conceptualización contemporánea a partir de la apuesta teórica
por las narrativas. De esta postura se desprende una doble interpretación que
puede ser vista, por un lado, como la valorización de la otredad y
democratización de saberes; por otro, como el riesgo de la atomización de lo
social, una mirada narcisista de lo individual y una pérdida de la idea de
comunidad.
Desde
la pregunta que se hace Hall (1996) ¿quién necesita identidad?, conjuntamente
con una perspectiva deconstructivista evocando el pensamiento derrideano, Arfuch (2005) propone
que “la identidad sería entonces no un conjunto de cualidades predeterminadas
-raza, color, sexo, clase, cultura, nacionalidad, etc.- sino una construcción
nunca acabada, abierta a la temporalidad, la contingencia, una posicionalidad relacional sólo temporalmente fijada en el
curso de la diferencias” (Arfuch, 2005: 24).
Es decir, la autora asume la dimensión
narrativa/discursiva como configurativa de la identidad, lo cual implica
considerar que tanto la dimensión performativa del
lenguaje como la propia narrativa son decisivas en toda afirmación identitararia. Por último, contesta que seguramente todos
necesitan identidad en tanto se considere no ya el viejo sentido esencialista
respecto de qué o como se es, sino lo que va llegando a ser.
Aquí
emerge la pregunta sobre ¿cómo operan las narrativas de los jóvenes en el marco
de la problemática y configuración identitaria? Desde
ya que la idea de llegar a ser remite a una
identidad nunca acabada ni cosificada.
Por
su parte, Sabsay (2005) aborda la configuración de
las identidades culturales en directa conexión con las diferencias sexuales.
Para explicar su planteo recurrió a las posiciones del antiesencialismo y de la
multiculturalidad. Estas vertientes a inicios de los
noventa trataron de articularse en pos de una noción de identidad que
confluyera en una síntesis de ellas: “a la vez que antiesencialista, sea capaz
de defender las diferencias identitarias” (Sabsay, 2005: 158).
No
obstante, esas posturas se diferenciaron en relación con su énfasis. Así, por
un lado, los debates vinculados al multiculturalismo en el marco de la
globalización visualizaron positivamente las diferentes identidades sociales o
culturales. Rescataron y valorizaron la existencia de las diferencias “como
necesidad fundamental de autoafirmación en términos políticos” (Sabsay, 2005: 159), más allá de los rasgos homogeneizadores
de las personas por ser seres humanos y sujetos de derecho (Sabsay,
2005).
Por
otro lado, las vertientes vinculadas al antiesencialismo consideraron que la
identidad y la diferencia eran construcciones discursivas. Por tanto, esta
perspectiva posee una posición escéptica ante el reconocimiento, legitimación e
institucionalización de la identidad y de la diferencia. Por ello, Sabsay (2005) aclara que el antiesencialismo no se opuso al
reconocimiento de las diferencias dado que su discurso fue utilizado para
defender las diferencias culturales. Sucede que el relato vinculado a la multiculturalidad acentuó sólo la “no esencialidad de la
identidad” (Sabsay, 2005: 160). En consecuencia a
este planteo, Sabsay (2005) demarca una doble
articulación del concepto de identidad, visto por un lado como efecto
diferencial y por otro como instancia de no clausura.
La
autora considera que el efecto diferencial es la identidad vista como una
figura relacional y oposicional, donde las posiciones identitarias
se definen en función de valores opuestos y en la relación de diferencia de otras
identidades. La instancia de no clausura implica que la identidad se encuentra
abierta y en constante formación (Sabsay, 2005).
Cuche (2002) también se refiere a la concepción relacional y situacional de la
identidad. Barth (1969 en Cuche, 2002) fue el pionero
de la concepción relacional de la identidad y considera que para demarcarla no
sólo es necesario buscar los rasgos comunes al interior de un grupo, sino que
además deben buscarse los atributos que son empleados por el grupo para
diferenciarse de otros. Como consecuencia a esta concepción, la identidad puede
ser considerada como “algo que se construye y se reconstruye constantemente en
los intercambios sociales” (Cuche, 2002: 110).
Tomando
a Austin (1982 en Sabsay, 2005), Sabsay
(2005) enuncia que el enfoque narrativo de la identidad es considerado
consecuente de la concepción del lenguaje como “una forma de significación que,
lejos de ‘representar’ al mundo (…) lo configura y lo transforma” (Sabsay, 2005: 169). Finalmente, Sabsay
(2005) deja claro que existe la necesidad de reformular lo ‘multi’
no como una yuxtaposición, sino como un nuevo tipo de sujeto.
Esta
tercera posición sobre identidad agrupa a los autores anteriores y complejiza
las herramientas de análisis. Aquí podría preguntarse ¿es posible narrar la
multiplicidad identitaria sin caer en esencialismos?
Geertz (1996) aborda la temática de la
diversidad desde la antropología cultural. Tradicionalmente esta disciplina
trató de identificar las diferencias de los grupos a los fines de reafirmar una
identidad colectiva inconmensurable. El autor señala que en la actualidad es
casi inexistente el contraste y el aislamiento cultural y cada vez hay menos
tolerancia entre los diversos grupos. Por ello, el problema se halla en la
‘construcción social de la indiferencia’. Tosoni
(2006), siguiendo a Geertz (1996), afirma que el
problema del reconocimiento de la diferencia se vincula con estereotipos que
estigmatizan mediante acciones cotidianas cuando el ‘ellos’ es diferente al
‘nosotros’ en esa instancia la diferencia se convierte en problemática. Por
eso, Geertz (1996) utiliza como recurso lingüístico
el collage, para explicar que las sociedades deben “aprehender y comprender las
diferencias no para diluirlas en una naturaleza humana común, ni para ignorar a
los otros, ni para encerrarse cómodamente en lo propio, sino para reconocer[se] ilustradamente y resolver los conflictos
cotidianos” (Tosoni, 2006: 5) en los que se
encuentran unos y otros. De este modo Geertz (1996)
devuelve a la diversidad cultural el concepto de la diferencia.
Siguiendo
esa línea, se pretende visibilizar las diversidades, diferencias y
desigualdades presentes en los jóvenes. Para ello se recurre ahora al estudio
de las culturas juveniles cuya mirada resulta superadora de los enfoques
tradicionales, es decir, deja de lado la perspectiva biologisista
que había caracterizado a los abordajes de juventud (Arce Cortés, 2008). El interés
de estos estudios se centra en los vínculos entre el sujeto
juvenil y la sociedad. Además, permite contextualizar al sujeto en un
tiempo y espacio determinado. Por ello, algunos autores le adjudican a las
culturas juveniles más visibles la característica de generacional (Feixa, 1999).
Feixa (1999) le asigna dos sentidos: a)
uno amplio, que ve en las culturas juveniles las experiencias sociales de los
jóvenes, se pone énfasis en la construcción colectiva de estilos de vida
distintivos. b) Un sentido restringido, allí aparece lo que el autor llama microsociedades juveniles, con independencia de las instituciones adultas.
Reguillo (2000: 19) define a las culturas juveniles como un “conjunto
heterogéneo de expresiones y prácticas socioculturales”. Parte del
reconocimiento del carácter dinámico y discontinuo de los jóvenes (Reguillo,
2003).
Estos
autores, al igual que los citados para hablar y pensar la identidad, entienden
a la cultura juvenil como un proceso en continuo movimiento (Arce Cortés,
2008), con elementos y caracteres propios de cada grupo que varían a lo largo
del tiempo y en relación con cada sociedad. Para Reguillo (2003: 112) “[l]a
identidad es centralmente una categoría de carácter relacional
(identificación-diferenciación) y todos los grupos sociales tienden a instaurar
su propia alteridad. Ahora bien, los jóvenes de
sectores populares ¿son reconocidos en su diversidad, en el marco de las
diferencias y desigualdades?
Las singularidades de cada joven lo colocan
hoy ante el desafío de conservar aspectos personales, locales de su grupo, de
su universo cultural de origen. Estos elementos no deben interferir en el
diálogo con los otros, aquellos que provienen de otros mundos culturales. Al
mismo tiempo, recuperar aspectos de sus espacios de socialización primaria no
constituye hacer de la identidad algo estático e invariable,
sino pensarla desde la multiplicidad. De la manera en que se propone aquí a la
identidad se elude toda concepción determinista, supera la idea universalista
de sujeto moderno y lo propone como un sujeto post, caracterizado por
contradicciones y variabilidades, en continuo movimiento y apertura donde
emergen continuamente nuevas formas de ‘ser joven’ que se superponen,
repliegan, solapan con las anteriores.
Esta identidad es vista en la relación del
sujeto con su entorno, es localizada e histórica. Las relaciones que los
jóvenes establecen son siempre culturales, se dan en el marco de ella. A pesar,
de insistir en que las identidades no son estáticas sino varían y proponen
multiplicidad en el mismo sujeto, la identidad como dimensión de la subjetividad
es un aspecto que puede establecerse por momentos, aunque instantes después sea
reajustada, cambiada. Es un continuo empezar pero que posibilita identificar o
ubicar ciertos rasgos más o menos establecidos que se leen en el sujeto y que
pueden haberse recuperado de su universo cultural de origen. Pensar la
identidad así permite evitar esencialismos y cosificaciones, habilita a
visibilizar las singularidades en espacios plurales que son habitados por el
mismo sujeto.
A
los fines de acercarse a los jóvenes detenidos se brindan algunos aspectos
teóricos que ayudan a contornear qué se entiende por cultura popular. En este
apartado se hace mayor énfasis en las cuestiones materiales o las relaciones de
poder y resistencia que a la dimensión identitaria de
la sección anterior.
Cuando
se habla de sector popular pueden abrirse caminos
diversos para llegar a una idea sobre aquella noción. En este caso se elige
poner en diálogo dos miradas. Por un lado, desde el contexto teórico de la
nueva cuestión social se puede analizar lo popular en relación con la pobreza.
Esto implica incluir los espacios que Castel (2013)
llama ‘suburbios pobres’ o ‘barrios sensibles’ con lo que aquí se pretende
denominar como sectores populares. El autor sostiene que en aquellos
escenarios, situados en los márgenes, se cristaliza en grupos particulares
“todas las amenazas que entraña en sí misma una sociedad” (Castel,
2013: 70). Bajo este contexto conceptual lo popular se ve atravesado por la
desafiliación del mundo del trabajo, informalidad, precariedad, inestabilidad
laboral e ingresos bajos. Condicionamientos económicos ubicados en
territorialidades específicas que terminan por estigmatizar la pobreza y
criminalizar espacios y personas, donde conviven la inseguridad social y la
civil. Características que atraviesan a las juventudes.
Por
otra parte, desde una mirada que deposita su énfasis en la cultura lo popular
suele ser definido en contracara de lo hegemónico. Por ejemplo, Gramsci (1992) definió la cultura popular como el conjunto
de concepciones sobre el mundo y la vida de las clases subalternas, en
contraposición con las oficiales. Posteriormente, a través del concepto de
hegemonía iluminó el folclore
(noción que aquí se reelabora como cultura popular). Su idea de cultura
articula la experiencia individual e intersubjetiva en tanto la piensa como un
proceso.
Para
Cuche (2002) la cultura no existe por fuera de las relaciones sociales. Si se
parte de la consideración que las personas o grupos ocupan posiciones
desiguales en el campo social-económico-político, las culturas de los
diferentes grupos se encuentran en posiciones de fuerza -o debilidad- y se
relacionan unas con otras. Todas intervienen en el juego cultural incluso quien
esté en posición de debilidad. Decir que todos los grupos sociales tienen
recursos culturales propios, no supone que todos sean iguales y sus culturas
equivalentes. “En un espacio social dado, siempre existe una jerarquía
cultural” (Cuche, 2002: 86). En ese sentido, el autor asume que Marx y Weber
dijeron que la cultura dominante correspondía a la clase dominante. Pero no por
una fuerza interior, esencia o efecto natural sino por la fuerza social
relativa de los grupos que constituyen su apoyo. Por su parte, una cultura
dominada no está alienada, sino que en su desarrollo no puede dejar de mirar a
la cultura dominante aunque puede resistirla.
Para
García Canclini (1984) la relación entre la hegemonía
y los sectores populares no es de sumisión o subordinación. Sostiene que existen
vínculos e intercambios que no están caracterizados permanentemente por la
explotación. Hegemónicos y subalternos tienen prestaciones ‘recíprocas’. En sus
palabras: “[e]l repertorio de bienes y mensajes ofrecidos por la cultura
hegemónica condiciona las opciones de las clases populares, pero éstas
seleccionan y combinan los materiales recibidos (…) y construyen con ellos (…)
otros sistemas que nunca son el eco automático de la oferta hegemónica” (García
Canclini, 1984: 75). El autor enfatiza que lo hegemónico
y lo subalterno no tiene propiedades intrínsecas que pueden hallarse sólo en
discursos y prácticas, sino que se presentan como modalidades ambiguas y
transitorias de los conflictos que las vinculan. Y acusa la importancia de no
desconocer su heterogeneidad interna. Tomar de manera abstracta y sin explorar
los matices -tanto de los sectores hegemónicos como de los subalternos-
configuraría un error metodológico para la investigación (García Canclini, 1985).
El
beneficio de articular y poner en diálogo las dos miradas propuestas -para
pensar la noción de sector popular, sobre todo en jóvenes- reposa en la
posibilidad de iluminar las diferencias culturales, pero también la desigualdad
social. Es decir, se piensa lo popular en el seno de las relaciones sociales. A
modo de recapitulación: al acercarse a los sectores populares se analizan
ciertas prácticas y consumos. Que no son entendidas como propiedades
intrínsecas, sino como el flujo de relaciones con el sector hegemónico, es
decir, existe allí una reapropiación e intercambio mutuo, hay prestaciones
recíprocas. En sentido foucoultiano, se ven
atravesadas por una fuerza múltiple que circula y se refuerza al operar
conjuntamente. Sin embargo, lo anterior no supone negar que el poder se sedimenta en algunas instituciones y agentes sociales, lo
que coloca privilegios de unos en relación a otros.
Asimismo,
en palabras de Cuche (2002: 88) “[l]as culturas populares son, por definición,
culturas de grupos sociales subalternos” condición que en la práctica es vivida
como una carga de fuerte estigma social” (Guber,
1999). Se trata de un grupo heterogéneo, compuesto por jóvenes pertenecientes a
clases empobrecidas y grupos marginales, que
enfrentan limitaciones en términos de integración social como puede ser la
educación o el trabajo (Organización Iberoamericana de Juventud, 2014). Desde
pautas hegemónicas se repudia cierta forma de vivir la condición juvenil de los
sectores populares. Los grupos privilegiados -autoconcebidos
como legítimos para nombrar al mundo- encuentran en ellos atributos alojados en
sus cuerpos que denotan cierta pertenencia social y cultural sometida bajo
sospecha. Son ‘portadores de rostro’, como tales, se convierten en una amenaza
para la sociedad (Bonvillani, 2013). Son estos los
jóvenes que componen el 70% de las detenciones por aplicación del CDF.
Las
categorías teóricas expuestas tuvieron como referente empírico a los jóvenes
detenidos por la policía, en el marco de la política de seguridad de Córdoba,
aspecto introducido primeramente. Al aproximarse a los esencialismos y
multiplicidades de los universos juveniles fue necesario recurrir, intentar
dilucidar e incluso por momentos diferenciar los términos diversidad cultural e
identidad. También se delineó una aproximación sobre cultura popular. Como se
vio no hubo un único marco referencial, sino que los enfoques contrapuestos
hicieron énfasis en diferentes aristas de la diversidad y la identidad,
enriquecieron el análisis del problema de las detenciones policiales por
aplicación del Código de Faltas.
Se
reconoció la existencia de lo que se llama culturas juveniles, que debe ser
repensada para los jóvenes de Córdoba, cuyos elementos identitarios
de la cultura popular de la provincia los igualan y diferencian de otros grupos
de jóvenes. Desde una mirada general, puede concluirse que ante la diversidad
cultural presente en la sociedad actual resulta imprescindible el reconocimiento
de las identidades culturales como forma para valorar la cultura de origen, sin
que esto implique discriminación alguna. Su conformación es permanente en
relación con uno mismo -único y fragmentado a la vez- y respecto al otro
diferente. Lo cual no implica la superioridad, subsunción de una cultura sobre
otra o una mirada monocultural de la realidad, sino
que supone un proceso de reaprendizaje y reubicación cultural.
Desde
un punto de análisis reducido a los jóvenes que son detenidos y perseguidos por
la fuerzas de seguridad, lo anterior no alcanza. Se hace imprescindible pensar
la cultura como un lugar de dominación y resistencia, considerar las
condiciones socioeconómicas y las diferencias que esa categoría supone. Sin
comprenderlas el diálogo intercultural será mero formulismo o premisa
teorética, pero nunca podrá ser efectivizado de la mano de la cultura popular.
Entonces,
podría afirmarse que la categoría diversidad cultural,
tal fue planteada aquí permite revalorizar culturalmente a todos los grupos
sociales. Abre la oportunidad de reflexionar alrededor del reconocimiento de
las diversas juventudes, para ello es fundamental la apertura hacia otro sujeto
y otra matriz cultural teniendo en cuenta las similitudes, equivalencias o
diferencias respecto de la propia cultura. Allí, suscita la necesidad y
capacidad de ser afectados y transformados. Sin olvidar la tensión y el
conflicto que los jóvenes no sólo no desconocen sino que los motiva para vivir
e incluso sobrevivir en sus realidades. Asimismo, la noción de cultura popular permite cuestionar y contraponer la mirada
anterior y sumarle nuevos elementos que dejan complementar las premisas de
respeto y reconocimiento.
Las
rutinas policiales abusivas, las detenciones a los jóvenes cordobeses, el giro
que podría estar dándose en la política de seguridad de la provincia se encarna
en un proceso que permite establecer continuidades y pequeñas rupturas en las
formas que adopta hoy la administración de la seguridad por parte del gobierno
de Córdoba. Pero al mismo tiempo reconocer que están enraizadas en prácticas
que no resultan patrimonio cordobés ni propiedad argentina. El efectivo
reconocimiento de la diversidad cultural y de los particularismos identitarios se presenta como una necesidad inminente si se
quiere limitar el abuso policial acompañado por la legitimidad social hacia esa
vulneración constante de derechos.
Es
imprescindible acercarse sin juicios preestablecidos, conceptos configurados
con anterioridad y dejar que el diálogo sitúe a unos y otros en un nuevo plano.
En otras palabras, hay que arrojarse a nuevos mundos y universos culturales que
permitan percibir por todos los sentidos estas diversidades de orden, color y
profundidad. Aspiración más que compleja bajo las actuales condiciones desigualitarias.
Sin embargo, entre los esencialismos y las multiplicidades vale la pena seguir
persiguiendo el reconocimiento de la diversidad cultural de los jóvenes de
sectores populares.
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Mariana Jésica Lerchundi
marianalerchundi@gmail.com
Lic. en Ciencia Política (UNRC).
Estudiante de la especialización en Estudios Culturales en Contextos de
Globalización y Exclusión (UNRC). Doctoranda en Administración y Política
Pública (IIFAP, UNC). Becaria Doctoral de CONICET (2012-2017). Colaboradora
docente en metodología de la investigación en ciencias sociales, para la Lic. en Ciencia Política (UNRC) 2011-actualidad.
[1] El presente artículo se estructura a partir de la investigación titulada “Jóvenes de sectores populares detenidos por aplicación del Código de
Faltas: configuraciones subjetivas (Río Cuarto 2003-2015)”. Dirigida por las profesoras Mgter. Dina Krauskopf, Dra. Andrea Bonvillani.
La cual cuenta con Beca Doctoral de CONICET (2012-2017), con lugar de trabajo
en la Universidad Nacional de Río Cuarto.
[2] Algunas diferencias
legales entre el Código de Faltas y el Código de Convivencia Ciudadana fueron
abordadas en “¿Jóvenes sujetos de derechos o… sin derechos? Del Código de
Faltas al Código de Convivencia Ciudadana (Córdoba, Argentina)” (Lerchundi, en
prensa).
[3] Los operativos
sucedieron en Barrio Bella Vista y Los Cortaderos. Más información en la página
de Facebook de “Mucho Palo Noticias” de los días 15/04/2016.
(https://www.facebook.com/mucho.palo/posts/1195220710497612) y en el portal de
noticias 29/04/2016
(https://muchopalonoticias.com/2016/04/19/no-pudieron-llevarse-detenido-a-naxdie-por-suerte-y-gastaron-un-monton-de-balas/)