Los nombres del cambio. Apuntes para una cartografía del discurso
político en la Argentina PRO
Names of change.
Outline for a cartography of political speech in Pro Argentina
_____
Yair Buonfiglio
yairdaniel@gmail.com
Universidad
Nacional de Córdoba, CONICET, Argentina
Resumen
El triunfo de la alianza Cambiemos en
las últimas elecciones presidenciales exhibe la dislocación de la hegemonía
discursiva kirchnerista. Las identidades políticas construidas
en la década precedente mostraron su incapacidad de seguir representando la
totalidad de lo social, de modo que una nueva construcción política –el macrismo –intenta ahora devenir hegemónica.
Con ello, nuevos tópicos ocupan zonas de relevancia en el discurso social y
nuevos significantes participan en la disputa por la nominación legítima del
mundo.
Desde una mirada post estructuralista de lo social, pero
también con recurso a herramientas analíticas procedentes de la semiótica
narrativa, analizamos cuatro discursos del presidente Mauricio Macri para identificar los proyectos de transformación en
los cuales se inscribe, los tópicos que aparecen y los sentidos que se
construyen en torno al Estado, la sociedad y el trabajo. Tras una década en que
el discurso kirchnerista configuró al Estado como el
agente fundamental de transformación social que asumía la misión de reparar a
un pueblo dañado, en el discurso macrista es el empresario el sujeto que está en condiciones
de producir los cambios que se consideran necesarios. El horizonte ya no es el
de la igualdad, sino el de la suma de talentos y esfuerzos individuales. El
Estado aparece, entonces, en un rol secundario consistente en colaborar con el
empresario, único agente al que se le atribuye la capacidad de transformación
necesaria para modificar positivamente las condiciones de vida de “los
argentinos”.
Palabras clave: discurso politico; kirchnerismo; macrismo; giro a la derecha; hegemonía
Abstract
The victory of the Cambiemos alliance in the latest presidential election
shows the dislocation of the Kirchnerist discoursive hegemony. The political identities built in the
preceding decade showed the inability to go on representing the social as a
whole. Thus, a new political construction- the macrism-
now attempts to become hegemonic. With this, new topics occupy relevant areas
in the social discourse and new significances take part in the dispute for the
legitimate nomination of the world.
From a post-structural view of the
social, but also with resources from the analitic
tools of the narrative semiotic, we analysed four of
Mauricio Macri´s speeches in order to identify the
transformation projects he fosters, the topics that appear and the meanings
that are built around the State, the society and work. After a decade in which
the Kirchnerist speech configured the State as the
fundamental agent in social transformation that assumed the mision
of repairing the "damaged people", the Macrist
speech considers it is the businessman the one subject who is in condition to
produce the changes that are thought to be necessary. So the horizon is not
equality any more, but the addition of individual talents and efforts. The
State then appears in a secondary role that consists on
collaborating with the businessman, the only agent who is considered capable of
producing the necessary transformation to positively modify the life conditions
of "the Argentinians".
Keywords: political speech;
kirchnerismo; macrismo; right turn; hegemony
Poco
más de cuatro meses transcurrieron desde la asunción de Mauricio Macri como presidente de la nación. Sin embargo, son
numerosas, visibles y en muchos casos drásticas las transformaciones que han
tenido lugar tanto en la estructura del Estado como en la economía, los medios
de comunicación y las relaciones internacionales. Cambiemos,
el significante elegido por la coalición electoral que reunió al Pro, la
Coalición Cívica y la Unión Cívica Radical en los comicios de 2015, pasa al
acto en cada uno de los actos de gobierno que se suceden desde el 10 de
diciembre del año pasado. Eliminación de las retenciones a la producción
agrícola, devaluación, pago de la deuda reclamada por los “fondos buitre”,
despido de trabajadores estatales, intervención de las fuerzas de seguridad
frente a la protesta social, privatización de las transmisiones deportivas,
reformulaciones profundas en la línea editorial de los medios públicos, son
algunas –tal vez las más resonantes –de las medidas anunciadas por la Casa
Rosada bajo el nuevo signo político. Y en cada una de ellas se exhibe el
contraste con el ciclo político anterior, que se extendió entre 2003 y 2015. En
efecto, el cambio se produjo.
Sin
embargo, todo acto de gobierno, aunque performático,
es un acto discursivo. Se trata, en definitiva, de enunciados capaces de
producir efectos, esto es, de engendrar otros enunciados que se inscriben en la
infinita red de la semiosis social. De allí que sea
posible preguntarnos qué transformaciones se han producido en las condiciones
de decibilidad imperantes en nuestra sociedad, de qué modo se ha
reconfigurado el universo de lo posible, cuáles son los tópicos que ocupan
ahora sitios legítimos -y, más aún, privilegiados- en el discurso social; en
suma, cuáles son los significantes que, en el contexto actual, participan en la
disputa por la nominación de lo real, y cuáles de ellos ocupan posiciones más
ventajosas en esa contienda. Se trata, en última instancia, de reconstruir el relato del macrismo, entendido
como la articulación de significantes que, siempre de manera precaria y
provisoria, intenta poner en palabras el mundo.
De
acuerdo con algunas formulaciones de la teoría política post fundamento,
particularmente aquella que abreva en los desarrollos de Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, lo social es discurso, entendido como “una totalidad relacional
de secuencias significativas” (Torfing, 1998: 40).
Esto significa que lo social no existe a priori del
lenguaje que lo nombra, es decir, que el universo de relaciones sociales que
conocemos, en el sentido más amplio posible, es una construcción en y por el
discurso. No hay acciones, objetos ni relaciones que no se inscriban en el
discurso porque todo lo que se nos presenta produce un sentido y ese sentido es
histórico, cultural y arbitrariamente instituido. En consecuencia, los
conflictos sociales son siempre disputas por la fijación del sentido, por la
nominación del mundo. Toda lucha, en definitiva, confronta diferentes modos de
nombrar a los contendientes y a los objetos en juego, con las consecuencias performáticas que esto trae aparejadas.
A
propósito de lo anterior, es posible sostener que los signos siempre intentan
nombrar lo real. Decimos intentan
porque, como advirtió el psicoanálisis, lo real miente (Lacan,
2003), no puede ser dicho. Pero los signos, como advertimos, lo intentan de
todas formas, aunque esa operación siempre es fallida en última instancia. El
resultado es una posición incompleta, precaria y contingente. Incompleta porque
nunca se puede aprehender la totalidad de lo real. Precaria porque, pese a
ello, siempre existen signos que asumen, provisionalmente, la representación de
algo. Contingente, porque esa representación no obedece a ninguna necesariedad y puede, por lo tanto, extinguirse.
En
un sentido similar, Saussure (1961) sostenía que el signo estaba constituido
por la unión arbitraria entre un significante y un significado, esto es, entre
un concepto y una materialidad que venía a representarlo. Para el fundador de
la lingüística contemporánea no existía allí relación alguna con lo real. La
lengua conformaba un universo autónomo sin ninguna correspondencia con lo que
habría por fuera de ella. Nuevamente, los signos no nombraban lo real, en este
caso, porque tampoco pretendían hacerlo. Por otra parte, la unión entre
significante y significado aparecía como arbitraria. No había ninguna razón
lógica, natural o divina que hiciera a un significante mejor o más adecuado para
representar un determinado significado. Una convención los unía, del mismo modo
que otra convención podía separarlos y fijar nuevas relaciones de
representación.
Para
Laclau (2014), estos hallazgos procedentes del psicoanálisis lacaniano y de la lingüística estructural resultan potentes
también para explicar lo social. De acuerdo con su propuesta, lo social se
constituye por múltiples particularidades que se estructuran alrededor de
intereses específicos. La hegemonía se produce cuando una de esas particularidades,
a modo del significante saussureano, asume “la representación de la
universalidad de la comunidad concebida como un todo” (Laclau, 2014: 101). Sin
embargo, la representación de lo real siempre es provisional y, en última
instancia, fallida. De allí que toda particularidad que logre asumir la
representación de la comunidad podrá hacerlo sólo durante un tiempo. Más tarde
o más temprano, las demandas de los grupos particulares ya no se encontrarán
contenidas en aquello que los representaba, y en ese momento es cuando la
sutura que contenía el orden se abre. Se trata, para Sebastián Barros (2012),
de una dislocación, momento en que se abren las
posibilidades para nuevas formas de representación que sean capaces de
instituir también nuevas formas del orden:
Cuando se dislocan las
estructuras de sentido el orden comunitario se fragmenta, abriendo el espacio
de representación a posibilidades que hasta ese momento no se percibían como
tales. La dislocación implica que el discurso hegemónico no logra articular la
explosión de respuestas diferentes que intentan dar cuenta de la dislocación.
(Barros, 2012: 7)
Desde
esta perspectiva, entonces, cabe preguntarse cuáles eran las características
del orden cuya dislocación habilitó la emergencia del macrismo
como una respuesta posible, qué significantes agotaron su capacidad de nombrar
legítimamente lo social y cuáles son los que ahora vienen a reemplazarlos. Es
preciso examinar algunas características de la discursividad
política kirchnerista para distinguir las rupturas,
continuidades y resignificaciones que acompañan el
intento por construir una nueva hegemonía.
Durante
la primera década del siglo XXI, tuvieron lugar en América Latina experiencias
políticas que discontinuaron el orden neoliberal imperante en la década del
’90. En países como Brasil, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Honduras,
Argentina e, inclusive, Chile y Perú, la identidad política de los partidos,
alianzas o movimientos gobernantes se construía en oposición a alternativas
conservadoras y vinculadas al mercado. Y, si bien los procesos fueron distintos
en cada país merced a sus propias tradiciones, culturas y contextos, puede
decirse que la ampliación de derechos, la intervención estatal en la economía
y, con ello, cierto grado de distribución de la riqueza fueron características
comunes a todos ellos. Para Arditi, Latinoamérica
había girado a la izquierda:
Si en las décadas de 1980 y
1990 ese centro [de la política] estuvo codificado por la democracia
multipartidista, la expansión del mercado y la disminución del papel del
Estado, el giro a la izquierda está redefiniendo el centro político con nuevas
coordenadas que incluyen la regulación del mercado y el fortalecimiento del
Estado por un lado y, por el otro, mayor justicia social, equidad y un
acrecentado sentido de participación y pertenencia más allá de la
representación. (Arditi, 2009: 18)
En
Argentina, este “giro a la izquierda” comenzó a delinearse con la llegada de
Néstor Kirchner a la presidencia de la nación en 2003. Se trataba del primer
mandatario elegido por el voto popular tras la renuncia de Fernando de la Rúa
en 2001 y los sucesivos interinatos resueltos por el Congreso. En este marco,
la identidad del kirchnerismo se construyó por
oposición a las figuras, los valores y los tópicos del discurso político de los
’90, al que reconocía, a su vez, como una prolongación democrática del modelo
económico impuesto por la última dictadura militar.
Cabe
señalar en este punto que, de acuerdo con Laclau (1996), las identidades
políticas no son sustanciales ni esenciales, no tienen una existencia por sí mismas, sino que –nuevamente a modo del signo
lingüístico –se constituyen por la negación de su exterioridad. Y esa
exterioridad se construye en el discurso político como una cadena de
equivalencias, de tal modo que toda identidad política se afirma a sí misma
como la diferencia respecto de un afuera donde las singularidades aparecen como
parte de una gran cadena de semejanzas. En el discurso kirchnerista,
esa exterioridad estaba conformada por las identidades políticas precedentes
–principalmente el menemismo, luego también el duhaldismo
y, eventualmente, ciertos sectores del radicalismo-, a las que se sumaban los
prestamistas internacionales, cuya representación emblemática era el FMI, y los
militares responsables de los crímenes cometidos durante el último gobierno de
facto.
El
neoliberalismo era el significante que trazaba la equivalencia entre las
identidades que conformaban la exterioridad respecto del kirchnerismo,
de tal modo que todas ellas eran corresponsables del daño infligido al pueblo
durante los ’90, cuyas trágicas consecuencias se habían visibilizado en la
crisis de 2001: desocupación, pobreza, hambre, violencia y desagregación social.
El kirchnerismo se construyó así como la
representación de una nueva época que venía a dejar atrás una historia reciente
que se considera negativa para las mayorías. Ruptura, entonces, con el pasado
neoliberal y filiación política con la juventud militante de los ’70,
generación en la que Kirchner se inscribía y a cuyos desaparecidos nombraba
como “compañeros”.
En
este escenario, el kirchnerismo aparecía como el
sujeto histórico que había llegado para reparar el tejido social, para sanar
las heridas sufridas por el pueblo. El Estado aparecía, así, como el único
agente con capacidad de intervención para llevar a cabo las transformaciones
que se planteaban como necesarias: ayudar a quienes no podían satisfacer sus
necesidades básicas, proteger la industria nacional, distribuir la riqueza,
buscar la verdad y hacer
justicia en relación con los crímenes de la última dictadura,
legitimar la voz de los movimientos sociales.
Posteriormente,
en un extenso período que incluyó también las presidencias de Cristina
Kirchner, se agregaron también otras demandas frente a las cuales el Estado
aparecía como la única respuesta posible. Nos referimos a la ampliación de la
cobertura previsional, las asignaciones –primero a la niñez, luego también a
las mujeres embarazadas y posteriormente a los jóvenes estudiantes-, la
libertad/pluralidad de expresión, la obligatoriedad de la educación secundaria,
e incluso la transmisión abierta de los eventos deportivos.
“Para
todos” es el significante que marcó los últimos años del kirchnerismo.
De milanesas a netbooks, de fútbol a jubilaciones, el
Estado se inscribía, en este horizonte discursivo, como un agente activo,
transformador y fundamentalmente igualador. El objetivo inmediato era suturar
las carencias, aunque el “relato kirchnerista”
exhibía también un proyecto de última instancia que era la igualdad.
Es que, en definitiva, la desigualdad social no era considerada como algo
natural o justo, sino como un problema que debía ser resuelto. Y, para ello, se
tornaba necesario reforzar la frontera con los propulsores del “mercado libre”,
a quienes se construía como la principal amenaza contra ese proceso de
igualación que se procuraba, contra ese “para todos”, contra ese goce repartido
entre aquellos a quienes, se dice, no les corresponde.
Como
explicamos anteriormente, la dislocación (Barros, 2012) de la hegemonía kirchnerista fue un proceso que comenzó cuando, hacia el
final del segundo mandato de Cristina Kirchner, el discurso de este espacio
político se mostraba impotente para representar –en su doble valencia,
simbólica y política –las demandas, nuevas y viejas, que recorrían el horizonte
de la discursividad social. Frente a tal escenario,
apunta Barros (2002), se crean posibilidades políticas para significantes e
identidades que tienen la oportunidad de rearticular
las demandas, instituir un relato legítimo del mundo y, con él, nuevas formas
del orden.
Frente
al resquebrajamiento de la hegemonía kirchnerista,
eran tres las identidades políticas que comenzaron a disputar, con relativas
posibilidades de éxito, la representación del nuevo orden, cuya prueba decisiva
serían las elecciones presidenciales de 2015. Daniel Scioli,
gobernador de la provincia de Buenos Aires, ex vicepresidente durante la
gestión de Néstor Kirchner e integrante del Frente para la Victoria, se
presentaba como el representante de la “continuidad con cambios”; se trataba,
en términos generales, de proseguir los ejes de la política económica y social kirchnerista pero desde una matriz discursiva menos confrontativa y dispuesta a incluir demandas de sectores
medios, empresarios y agrarios. Mauricio Macri, jefe
de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires lideraba el partido Propuesta
Republicana que, en alianza con la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica,
integraba el frente Cambiemos;
conocido por la expresión pública de sus ideas liberal-conservadoras –que
incluían, entre otras, el elogio a la gestión menemista, la consideración del
salario como un “costo” a reducir y el señalamiento de que la homosexualidad
constituye una “efermedad”-, en tiempos de
candidatura insistía con la necesidad de un “cambio” referido principalmente a
la lucha contra la corrupción, la promoción de las exportaciones e inversiones
extranjeras, y la “unión” de los argentinos, que equivalía al abandono del
carácter polémico que caracterizaba al discurso kirchnerista.
Por último Sergio Massa, diputado nacional, exintendente de Tigre y exjefe de Gabinete durante el
primer mandato de Cristina Kirchner, procuraba amalgamar su pasado reciente
como integrante del Frente para la Victoria con su nuevo rol opositor. Si, como
hemos dicho, las identidades políticas no son esenciales, sino que se definen
por el lugar diferencial –relativo, precario y contingente –que logran ocupar
en el espacio político, el desafío de Massa era
diferenciarse de las dos propuestas –kirchnerismo sciolista y macrismo –que se
presentaban como contradictorias. En consecuencia, su discurso incluía tópicos
habituales en las voces antikirchneristas como la
inseguridad o el “impuesto a las ganancias”, pero marcaba también lazos de
continuidad histórica con algunos elementos del discurso peronista,
particularmente aquellos ligados a la protección de los trabajadores y a una
relativa intervención en la economía por parte del Estado.
Los
tres candidatos, no obstante, hablaban de cambio, lo que
ratificaba la imposibilidad, por parte del discurso kirchnerista,
de mantenerse como el significante articulador y ordenador de lo social.
Parecía imposible que no se incluyeran nuevas demandas en la articulación
venidera, de tal modo que la disputa se centraba en los alcances de esa
rearticulación. “El cambio”, “continuidad con cambios”, “el cambio justo” eran
eslóganes que, con insistencia, repetían Macri, Scioli y Massa respectivamente.
Y, luego de una primera vuelta electoral en que la mayoría de los votantes
escogió la opción más moderada, el ballotage consagró
ganador a Mauricio Macri, el representante del cambio
drástico.
Interesa
entonces analizar de qué manera se construyen los discursos que intentan ahora
instituir una nueva forma de nominar legítimamente el mundo, representar la
totalidad de lo social y, con ello, devenir hegemónicos. Decimos “intentan”
porque, de hecho, si bien ha sido evidente la incapacidad del discurso kirchnerista para permanecer en su estatuto de interpretante autorizado, la apertura de nuevas
posibilidades políticas, e incluso la victoria electoral de un frente
multipartidario que lleva cinco meses en el gobierno, no garantiza, todavía, que
los nuevos significantes logren efectivamente articular una representación
duradera que desplace de manera más o menos estable a otros discursos.
A
efectos de dicho análisis, hemos recortado un corpus de cuatro discursos
pronunciados por el presidente Mauricio Macri en
ocasión de diferentes actividades de gestión. El primero corresponde a su
visita a Tucumán el 29 de abril de 2016 para presentar el Plan Nacional de Agua[1] (en adelante, DM1); el segundo, a
la presentación del proyecto de Ley de Primer Empleo el 25 de abril de 2016[2] (en adelante, DM2); el tercero, a
las palabras de apertura en el Encuentro Empresarial Iberoamericano[3], también el pasado 25 de abril (en
adelante, DM3), mientras que el cuarto discurso fue pronunciado por el
Presidente durante su visita a la fábrica de autos Fiat en Córdoba[4], el 05 de abril de 2016 (en
adelante, DM4).
Corresponde
señalar que, si bien hasta aquí hemos recurrido a conceptos procedentes de la sociosemiótica, el análisis político del discurso y la
sociología posfundamento, nuestro análisis en este
apartado recurrirá también a herramientas de la semiótica narrativa. Esta
última, si bien se distingue de las otras miradas por su consideración inmanentista del discurso, que no tiene en cuenta ni sus
condiciones sociales de producción ni sus efectos, es potente para reconocer
los sentidos postulados/ofrecidos por el texto y la visión del mundo que se
presenta en cada caso, más allá del modo como sea interpretado o de los efectos
que pudiera producir. No obstante, eso es precisamente lo que nos interesa en
esta oportunidad: reconstruir una estructura, una matriz de producción para los
discursos que disputan la (imposible) representación de lo real.
Como
todas las disciplinas ancladas en el estructuralismo, la semiótica narrativa ha
intentado reconocer un esquema (Greimas, 1980)
fundamental que se actualizaría con diferentes variaciones en cada relato
concreto. Toda narración, desde esta perspectiva, supone la textualización
de una transformación, es decir, de un estado de cosas que se modifica, merced
a acciones que diferentes sujetos realizan para adquirir o desprenderse de
determinados objetos de valor. Dicha transformación puede o no efectivizarse en
la narración, es decir que puede postularse como un objetivo para el cual se
dispone una serie de acciones, sin que llegue a concretarse. Greimas (1980) llama “programa narrativo” a estas unidades
mínimas del relato donde se produce alguna transformación, y se ha hablado
(Bertrand, 2000) de “programa narrativo de base” en referencia a la
transformación principal de la que un relato puede dar cuenta.
Nosotros
llamaremos proyecto a la transformación fundamental
que se postula en un discurso político, habitualmente referida a cambios
sustanciales en las condiciones de vida de un sujeto colectivo. Cada proyecto
implica, entonces, la modificación de un estado de cosas que se evalúa
negativamente, así como la intervención de sujetos, ya sea individuales o
colectivos, a quienes se les asignan determinados roles específicos –favorables
o desfavorables- en ese proceso de transformación.
Como
desarrollaremos a continuación, hemos podido identificar un proyecto
fundamental en los discursos analizados que consiste en la modificación
positiva de la situación económica del país a través de la creación de empleo
“de calidad” y la consecuente eliminación de la pobreza. Pero ¿quiénes deberían
intervenir para lograr esos objetivos? ¿Qué papel se les asigna a los
diferentes actores sociales? ¿Qué características distinguen al estado de cosas
inicial de aquel al que se pretende arribar? Seguidamente, intentaremos esbozar
algunas respuestas, siempre provisorias, a estas preguntas.
Si
un proyecto de transformación supone la modificación de un estado de cosas, es
posible reconocer en el discurso político la configuración de una situación
–ubicada habitualmente en el presente o en un pasado relativamente cercano-
sobre la cual se debe intervenir. En términos de Verón, se trataría de un
“componente descriptivo” (Verón, 1988), donde el enunciador realiza una lectura
de acontecimientos previos y de la situación actual, un balance que, en la
estructura narrativa, opera como una situación inicial que justifica el
desencadenamiento de las acciones.
En
el discurso de Macri, el enunciador se presenta como
artífice de una ruptura con el pasado reciente, identificado con los gobiernos
de Néstor y Cristina Kirchner. Ese período se construye por la acumulación de
elementos negativos que configuran un presente deficitario para la economía y
que representan, además, todo aquello a lo que el enunciador se opone:
Este primer trimestre replica
lo mismo que pasó en los últimos cinco, seis años: la no generación de empleo
(DM2)
Recordamos el punto de
partida: un país que hace prácticamente cinco años que no genera empleo, cinco
años que viene escondiendo, detrás de la generación de empleo público
artificial, la incapacidad de crecer. (DM2)
Vuelvo a repetir –tal vez
algunas veces más-, no hay que olvidar el punto de partida difícil que nos
dejaron: con un país al borde de la crisis, con un 700 por ciento de inflación
acumulado, con un Estado colapsado, desquiciado, cargado de corrupción, sin
planeamiento y sin ninguna capacidad de resolver los problemas simples ni los
fundamentales, como la pobreza y la exclusión. (DM3)
Así,
la compleja situación económica que se ha vivido en la Argentina durante los
primeros meses del actual gobierno, marcada por la pérdida del poder
adquisitivo de los trabajadores, es presentada como una prolongación del
pasado. Sus causas se encontrarían, de este modo, en el hacer del gobierno
anterior, al que se caracteriza como corrupto, improvisado e incapaz. El
enunciador encarnaría los valores opuestos –honestidad, planificación,
capacidad –pero su rol a propósito de la situación económica del presente
sería, en todo caso, el de modificar efectivamente un estado de cosas
prefigurado por otros.
Por
otra parte, la corrupción, improvisación e incapacidad serían, de acuerdo con
el enunciador, modalidades del hacer decididas intencional y voluntariamente
por el gobierno anterior:
Habiendo obras que se habían
planificado, que se habían diseñado hace muchos años, y que lamentablemente en
los últimos años no se encararon, a sabiendas de
lo que significa el cambio climático, a sabiendas de
que esas lluvias vinieron para quedarse -DM1 (el destacado es nuestro)-
En
este fragmento, donde el gobierno anterior aparece como un sujeto que ha
omitido intencionalmente la realización de obras que habrían sido beneficiosas
para la población, pareciera que se intenta impugnar la construcción discursiva
del kirchnerismo como el sujeto que había llegado
para sanar al pueblo dañado. En efecto, si Néstor o Cristina Kirchner sabían
del riesgo que la no realización de las obras representaba para parte del pueblo
y aun así no intervinieron, pareciera que había otros intereses –distintos a
los del pueblo- que orientaban sus acciones, lo cual marcaría la ruptura con el
principio de coherencia biográfica que habitualmente se le exige a la acción
humana y, en especial, a la práctica política.
En
definitiva, estos fragmentos del discurso macrista
exhiben una construcción del kirchnerismo como un
gobierno deficiente, moralmente reprochable y con un hacer deliberadamente
dañino para los argentinos. Estos daños se vinculan con la desprotección del
pueblo, pero también con las “trabas” impuestas a la actividad de los
empresarios, cuya consecuencia en el presente del texto es el desempleo:
…son más de 250 empresas que
están acá, que han sobrevivido a las distintas crisis que hemos tenido que
sufrir, especialmente a estos últimos diez años, en los cuales lamentablemente,
producto de las trabas a las empresas y a las personas, hace más de cinco años
que no se genera empleo. (DM3)
Frente
a la idea de “década ganada”, presente en la discursividad
kirchnerista como forma de nombrar un período de
avances y bienestar para el pueblo, Macri opone la década sobrevivida. Una década marcada por la corrupción, la
ineficiencia, la improvisación, la inflación y los obstáculos a la generación
de empleo; un panorama oscuro frente al cual no había más opciones que sobrevivir, es decir, esperar, mantenerse con vida hasta la
llegada de un futuro mejor. Ante ello, Macri se
presenta como la representación de las cualidades antagónicas: ese futuro habría
llegado.
Si,
como hemos señalado, el proyecto fundamental que estructura el relato macrista consiste en la eliminación de la pobreza, la
transformación decisiva merced a la cual ese objetivo se lograría es la
erradicación del desempleo mediante la creación de un tipo específico de
trabajo:
Creo que la tarea que tenemos
por delante es, justamente, poner en marcha la Argentina para empezar a crear
trabajo de calidad. (DM2)
El
trabajo de calidad es, en el discurso de
Macri, aquel que genera la empresa privada. Se
distingue así del empleo público, cuya creación es atribuida al kirchnerismo, el cual aparece como inútil e incluso
perjudicial:
…empleo de calidad, que es lo
que queremos. No empleo inventado por el clientelismo, empleo público inútil,
sino empleo a partir de la inversión. (DM1)
…es la buena forma de generar
trabajo que tiene un Gobierno, alejándose de inventar trabajo público que no
mejora la prestación del Estado –como se ha hecho los últimos años- que abona
el clientelismo y la mala política… (DM3)
Por
un lado, entonces, en el discurso de Macri se exhibe
la oposición entre el empleo público –inútil, cuya disminución no sería
entonces perjudicial para la sociedad- y el empleo privado, generado por el
empresario cuya actividad, entonces se debe propiciar. Pero, por otra parte,
ratifica el mito de la igualdad de oportunidades y la idea –ensalzada por el
(neo)liberalismo- acerca de que es el individuo quien, con sus acciones, está
en condiciones de resolver por sí mismo sus problemas, entre ellos los
económicos. En efecto, la eliminación de la pobreza aparece como una
consecuencia directa de la creación de puestos de trabajo, lo cual soslaya el
hecho de que, con frecuencia, quienes trabajan en empresas privadas son también
pobres. Sin embargo, el valor del trabajo no aparece aquí como un elemento a
considerar para llegar al objetivo de “pobreza cero”. Incluso se construye un
ciudadano modelo cuya aspiración es el trabajo en sí, como fetiche, más que su
remuneración:
…hay un elemento, algo
fundamental en el futuro de un país, que son sus jóvenes (…) Hay muchos de
ellos como Francisco, de San Juan, que me dice “Yo quiero tener mi primera
oportunidad”, dice en su mensaje. “También estamos nosotros, los jóvenes con
ganas de trabajar, de aprender, con ganas de salir adelante día a día, no queremos planes, queremos ganarlo con nuestro sudor
(…)” Y yo te digo, Francisco, no tengas dudas: estamos trabajando para que
todos ustedes tengan una oportunidad, tengan esa primera oportunidad que les
permita empezar a construir ese desarrollo personal. (DM2)
En
la voz de un joven anónimo, el enunciador hace aparecer la oposición entre el
dinero ganado con “sudor” y aquel que sobrevendría sin ningún esfuerzo, a
través de la ayuda estatal materializada en los “planes”. Este ciudadano, cuya
voz Macri opta por incluir en su discurso a modo de
ejemplo-ejemplar, no quiere planes, esto es, no
quiere recibir dinero sin que eso sea a cambio de un esfuerzo físico que lo
haría sudar. El trabajo, la puesta de la fuerza
laboral a disposición del mercado, ya no es solamente la única opción que los
pobres tienen para ganar dinero de manera legítima. Es un fin en sí mismo. Es
un objeto erotizado. El ciudadano modelo trabaja para el
empresario porque desea –con la
fuerza que el psicoanálisis le ha dado a este significante- trabajar. Además, y
casi como un detalle, puede ganar dinero.
En
el mismo sentido, el enunciador propone como objetivo la posibilidad de que los
argentinos puedan elegir qué trabajo realizar y
dónde hacerlo:
Esa Argentina es la que
necesitamos potenciar, la de la confianza, para que –como decía el Gobernador-
las economías regionales no paren de crecer, y que cada tucumano, si quiere
quedarse en su tierra, pueda elegir quedarse porque ¡acá va a haber trabajo!
(DM1)
… queremos que haya realmente
la oportunidad de volver a elegir, que todos los argentinos puedan elegir dónde
vivir, en qué trabajar, a partir de poner en valor cada economía regional de
este país, de poner en valor todo el conocimiento, todas nuestras capacidades,
todos nuestros talentos. (DM2)
…ellos son testimonio de la
importancia que tiene en la vida de todos nosotros poder elegir dónde queremos
trabajar, poder sentir entusiasmo, pasión, no necesitar el despertador para
venir a trabajar porque la tarea que nos espera es algo que nos motiva (…) y de
la mano de eso mejorar nuestra autoestima, tener la dignidad bien alta… (DM4)
Es,
en definitiva, el mito –o la utopía- del mercado libre donde los agentes,
trabajadores y empresarios, eligen libre, racional y voluntariamente cómo
asociarse, de tal modo que de esa relación ambos obtienen el máximo beneficio
posible. Sin embargo, habitualmente ocurre que en los mercados desregulados las
cosas son valoradas de acuerdo a la correlación entre oferta y demanda. Y, como
la cantidad de trabajadores disponibles a menudo supera ampliamente el número
de puestos de trabajo requeridos, quien efectivamente puede elegir es el
empresario. En el programa de Macri, sin embargo, se
postula como meta que los trabajadores puedan elegir “a partir de poner en
valor (…) todo el conocimiento, todas nuestras capacidades, todos nuestros
talentos”. Es decir que, en el escenario preconizado por el discurso macrista, habrá mayor oferta de empleo y quienes no puedan
elegir dónde trabajar será porque no han sido capaces de poner en
valor –o porque directamente carecen de- sus conocimientos,
capacidades y talentos.
Decíamos
anteriormente que, de acuerdo con la estructura del relato propuesta por la
semiótica narrativa, toda transformación es el resultado de un proceso
conformado por una serie de acciones llevadas a cabo por un sujeto individual o
colectivo. En rigor, siempre es uno el artífice de la prueba
decisiva, esto es, de la acción principal, sin la cual la
transformación no terminaría de concretarse; no obstante, con frecuencia
aparecen en los textos otros agentes cuyo hacer también se torna relevante y,
en muchos casos, decisivo. Nos preguntamos, entonces, qué rol le asigna a cada
sujeto el proyecto del discurso macrista.
En
ese sentido, la respuesta se viene delineando en los análisis precedentes. Si
la transformación fundamental consiste en la eliminación de la pobreza y, para
ello, el camino es la generación de trabajo de calidad,
es decir, empleo no estatal, el sujeto cuya intervención garantizaría la
consecución de los objetivos del gobierno es el empresario. A ellos, como
sujeto colectivo, pero también como suma de individualidades, les dice
“necesitamos que ustedes se involucren, inviertan, apuesten y participen”
(DM3).
La
semiótica narrativa llama “manipulación” (Bertrand, 2000) a ese proceso por el
cual un sujeto hace hacer a otro, es decir, lo convoca y suscita su
intervención. Entre las múltiples maneras como esto puede ocurrir, una es la
generación de un estado pasional, un pathos, en el
destinatario. Aquí, se trata de la confianza:
…el primer compromiso que
tengo como Presidente, que es lograr una Argentina con pobreza cero, el camino
es generar empleo, y ese camino va de la mano de la inversión y la inversión va
de la mano de la confianza. (DM3)
En
principio, entonces, la inversión, como primer eslabón de una cadena conformada
por la generación de empleo y la eliminación de la pobreza, se produciría sólo
si el empresario siente confianza, de
allí que el enunciador asigne al Estado la misión de generar las condiciones
para que esto ocurra. Esto es textualizado con
insistencia en los discursos analizados:
…necesitamos volver al mundo,
ser parte de la cadena global de producción que existe hoy en el siglo XXI,
recrear un valor fundamental que es la confianza, que el mundo confíe en
nosotros y que nosotros confiemos en nosotros mismos… (DM4)
…vamos a poder controlar
mensualmente qué es lo que está pasando en la Argentina en términos de creación
de empleo, que es la medida que nos va a permitir reducir la pobreza, diciendo
la verdad, teniendo reglas de juego claras, siendo previsibles, generando
confianza, teniendo una buena relación con el mundo y una buena relación entre
todos nosotros; creyendo en nosotros mismos. (DM2)
… una nueva etapa está
recorriendo la Argentina, que marca que hemos entendido que queremos ser parte
del mundo, que queremos ser previsibles. Entendemos la importancia de las
reglas de juego, queremos que reine la sensatez, hay un Gobierno para facilitar
y estimular el desarrollo. (DM3)
Como
podemos advertir, suscitar la confianza del empresario se vincula, en el
relato, con la adhesión del enunciador a una serie de valores que engendran
también acciones. “Decir la verdad”, garantizar “previsibilidad” y “reglas de
juego claras” –significante que habitualmente refiere a normativas beneficiosas
para los empresarios- y establecer una “buena relación” con el mundo
–occidental y capitalista- son los procesos que el enunciador, en tanto jefe de
Estado, estaría en condiciones de propiciar a fin de lograr la intervención
reparadora del empresario.
Sin
embargo, esas reglas de juego y esos vínculos con “el mundo” cobran, en otros
fragmentos, sentidos más específicos:
…todos los días estamos
intentando demostrar en los hechos que hay un cambio, que hay un Gobierno que
entiende que la tarea, desde la política, es facilitar los procesos de
inversión, es facilitar los procesos de adquisición de conocimiento. Porque ese
es el camino del trabajo, ese es el camino a la solución de los problemas de
fondo que tiene la Argentina. (DM3)
…empezamos a remover las
trabas para importar, para exportar, y eso ha permitido que hoy estemos todos
contentos y entusiasmados con esta posibilidad, como estamos hoy con el
Gobernador, el Intendente y todos ustedes. (DM4)
…en eso estamos, en trabajar
todos los días para remover obstáculos, destrabar, simplificar todo lo que haga
al crecimiento, a la producción, al desarrollo… (DM3)
Facilitar
procesos, remover trabas, obstáculos, simplificar. Roles que se le asignan a un
Estado que no debe obstruir y que, para ello, debe achicarse, adelgazar,
desprenderse de lo que le sobra, de la “grasa”[5] que, como el colesterol en las
arterias, dificulta el libre fluir de los capitales.
En
este mundo narrado hay principalmente individuos. Prácticamente no se nombran
sujetos colectivos. Existen, por lo tanto, individuos que son empresarios y
generan trabajo e individuos que no son empresarios y, en consecuencia, deben trabajar.
La tarea que se les asigna es, de este modo, acumular competencias que les
permitan ser mejores trabajadores. Se dice que, así, la reducción de la
pobreza, como circunstancia individual, se realizará a través de la educación:
Tenemos un compromiso que
hemos asumido y por el cual estamos trabajando desde el primer día, que es una
Argentina con pobreza cero; y sabemos todos que eso se logra con más educación
y mejores trabajos. (DM1)
Recorrí el país hablándole a
los argentinos, diciéndoles que creo en su capacidad y creo que todos podemos
acceder a un mejor trabajo. Porque ese es el camino: la única manera de reducir
la pobreza es con más educación (DM2)
En
Argentina, la educación formal goza de un prestigio particularmente elevado.
Durante buena parte del siglo XX, acceder a estudios secundarios y
universitarios era tenido como una garantía de movilidad social ascendente. Sin
embargo, las sucesivas crisis económicas y las transformaciones en el sistema
productivo que eclosionaron en los ’90 produjeron niveles de pobreza y
desempleo que arrastraron también a sectores profesionales. No obstante, la
educación sigue siendo valorada porque, en efecto, el capital cultural todavía
permite el acceso a ciertos espacios de privilegio en el tejido social. Esto es
así porque, como todo capital valioso, se encuentra desigualmente distribuido,
de tal modo que su posesión actúa como un principio de diferenciación. Sin
embargo, ¿qué ocurriría si todos accediéramos a “más educación”? En una
sociedad desigual, ¿no existen siempre excluidos? ¿O es que los excluidos
deberían educarse para dejar de ser excluidos y que, entonces, los excluidos
sean otros?
Al
comenzar este artículo decíamos que, en la última década –y tal vez, incluso,
unos años antes- América Latina había girado a la izquierda. Habían llegado al
gobierno espacios políticos que reivindicaban la representación del pueblo y
que, en no pocas ocasiones, eran respaldados por movimientos sociales que, años
atrás, se organizaban como resistencias frente al avance del neoliberalismo en
la región. Se trataba de gobiernos que, se decía, venían a transformar un orden
injusto, a confrontar con los privilegiados, a otorgar y ampliar derechos a
quienes nunca les habían sido reconocidos: los pobres, las minorías étnicas y
sexuales, los trabajadores, los campesinos y un largo etcétera conformado por
los otrora silenciados en cada país. Gobiernos que propiciaban la movilización
popular, la organización, la construcción colectiva.
En
ese contexto, una articulación de tipo populista gobernó la Argentina durante
doce años. Y cada identidad política, como dijimos, encadena significantes que
intentan construir un relato sobre el mundo, sobre el pasado, el presente y el
futuro. En el relato kirchnerista había un pueblo
dañado por el neoliberalismo, por las grandes empresas y por los organismos
financieros controlados por los países dominantes. En el relato kirchnerista había también un Estado que asumía la misión
de reparar esos daños, de compensar las injusticias, de igualar y de que, en
suma, cada vez más cosas fueran para todos. En
el relato kirchnerista había, por último (un “último”
muy provisorio, nada clausurado), ciudadanos que se organizaban, que formaban
colectivos y que tenían al Estado como una herramienta para enfrentar, desde un
lugar un poco menos asimétrico, a las grandes corporaciones. Las disputas de
los medios comunitarios contra las empresas oligopólicas y de los colectivos
LGBT contra la Iglesia católica en tiempos de –respectivamente- las leyes de
Servicios de Comunicación Audiovisual y Matrimonio Igualitario son sólo un
ejemplo de ello.
El
relato del macrismo, como hemos visto, es muy otro.
Más que sujetos colectivos, hay individuos. La mejora en las condiciones de
vida será individual, merced al trabajo, y no colectiva, merced al reparto de
las riquezas. Quien reparará la economía será el empresario con sus inversiones
y no el Estado regulando el mercado. Y ese Estado ya no será un “contrapeso”
que sirva a los débiles, sino un facilitador de la actividad empresarial. “El
mundo” ya no es la “patria grande” latinoamericana, sino los países centrales,
donde generalmente no se habla nuestra lengua. Es que, en realidad, aquí
también comienza a hablarse otra lengua: la del éxito, el mérito, el talento,
el individuo.
Se
trata, sin embargo, de un proceso en pleno desarrollo cuyo devenir es imposible
predecir. Sin embargo, hemos bosquejado la estructura de un discurso que está
disputando la nominación legítima del mundo y la representación de la totalidad
de lo social. Si lo logra, si efectivamente deviene hegemónico, Argentina habrá
girado a la derecha. Aunque, como sabemos, toda hegemonía es siempre provisoria
y, en ocasiones, también frágil.
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Yair Buonfiglio
yairdaniel@gmail.com
Graduado en Letras y doctorando en
Comunicación por la Universidad Nacional de Córdoba. Es becario del CONICET en
el CIPsi-CIECS y miembro de un programa de investigación
en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba.
[1] Disponible online en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/36140-palabras-del-presidente-mauricio-macri-en-tucuman-durante-la-presentacion-del-plan-nacional-de-agua
[2] Disponible online en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/36097-palabras-del-presidente-mauricio-macri-presentando-el-proyecto-de-ley-de-primer-empleo
[3] Disponible online en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/36096-palabras-del-presidente-mauricio-macri-en-la-apertura-del-encuentro-empresarial-iberoamericano
[4] Disponible online en
http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/35928-palabras-del-presidente-mauricio-macri-en-su-visita-a-la-fabrica-cordobesa-de-fiat
[5] En una conferencia
de prensa, el ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Alfonso Prat Gay,
manifestó que el Estado debía desprenderse de la “grasa militante”. Se refería
a empleados públicos.