Globalización “descarriada” y “regionalismo desconcertado” en la era Trump

 

 

Globalization “unrailed” and “disconcerted regionalism”

in the Trump age

 

 

 

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Esteban Actis

e.actis@conicet.gov.ar

Fac. de Ciencia Política y RRII, Universidad Nacional de Rosario. CONICET, Argentina.

 

Anabella Busso

anabella.busso@fcpolit.unr.edu.ar

Fac. de Ciencia Política y RRII, Universidad Nacional de Rosario, Argentina.

 

 

Resumen

 

El retiro del Reino Unido de la Unión Europea y el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos son indicadores de cambio en el orden internacional. Las críticas a la “globalización neoliberal” por parte de las sociedades de los países desarrollados constituyen un dato central de dicho proceso. En este marco, desde la perspectiva económico-comercial Washington decidió favorecer el proteccionismo, rechazar y revisar los tratados de libre comercio y oponerse a la relocalización de empresas presionando para el regreso a casa. Estas decisiones impactaron sobre los procesos de integración latinoamericanos. Así, al deterioro del “regionalismo posliberal” iniciado en 2011 como consecuencia del surgimiento de la Alianza del Pacífico le sucedieron la euforia de los nuevos gobiernos del MERCOSUR para flexibilizar el acuerdo y trabajar en pos del tratado de libre comercio con la Unión Europea. Sin embargo, ambas alternativas enfrentan en la actualidad los desafíos del nuevo escenario. En este artículo, vía la interacción entre el concepto de “globalización descarriada” y la caracterización del regionalismo latinoamericano como “desconcertado”, analizamos el impacto de los cambios internacionales en las alternativas actuales de integración regional.

 

Palabras clave: globalización; Trump; regionalismo; América Latina; desconcierto 

 

 

Abstract

 

The withdrawal of the United Kingdom from the European Union and the triumph of Donald Trump in the United States presidential elections are indicators of change in the international order. The criticisms of developed countries' societies towards “neoliberal globalization” constitute a central element of this process. In this context, Washington from the economic perspective decided to favor protectionism, reject and revise free trade agreements and to oppose the relocation of companies pressing for an insourcing process. These decisions impacted Latin American integration processes. Thus, the deterioration of the post-liberal regionalism, which began with the emergence of the Pacific Alliance in 2011, was followed by the euphoria of the new MERCOSUR governments to flex the agreement and work towards a free trade agreement with the European Union. However, both alternatives are currently facing the challenges of the new scenario. In this article, through the interaction between the concept of "misdirected globalization" and the characterization of Latin American regionalism as "bewildered", we analyze the impact of international changes on the current alternatives of regional integration. 

 

Keywords: globalization; Trump; regionalism; Latin América; bewilderment 

 

 

 

 

Globalización “descarriada” y “regionalismo desconcertado”

en la era Trump

 

 

Introducción

Sin dudas, el año 2016 ocupará un lugar central en los futuros libros de historia. La decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea (UE) y el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los EEUU sacudieron[1] el escenario internacional. Como solemos afirmar los internacionalistas, dichos acontecimientos han tenido un “impacto sistémico” alterando el mapa de la política internacional. Los hechos aquí señalados muestran la materialización de “fuerzas profundas” (tanto en las ciudadanías como en las elites) al interior del denominado desarrollado contrarias al orden internacional liberal y al proceso de globalización. En esta ocasión, el desafío al status quo no proviene de los “perdedores” de la periferia, sino que los desencantados están en el corazón del “norte desarrollado”. Dicho de otro modo, los principales críticos del orden liberal que aspiran a un mundo “contestatario y revisionista, fragmentado y con tendencias proteccionistas[2]” están, valga la paradoja, al interior de aquellas naciones que han propiciado y defendido su expansión por cada rincón del planeta por más de sesenta años. A inicios del 2017, el escenario señalado muestra claras manifestaciones en aquella dirección aunque aún no existe evidencia empírica suficiente que nos permita afirmar la consolidación de un nuevo orden mundial “no-liberal”.

Sin embargo, los movimientos en los cimientos del orden internacional han comenzado a condicionar las percepciones y acciones de los países de América Latina en torno a la integración regional. La crisis de la globalización neoliberal afecta las percepciones y acciones en materia de integración, principalmente el creciente consenso de apostar al “regionalismo del siglo XXI[3]” por parte de varios gobiernos.

En ese marco, el presente artículo tiene como objetivo contribuir al debate en torno a la caracterización del nuevo clima de época, tanto en el plano internacional como regional. Además, las profundas transformaciones motivan la búsqueda de nuevas categorías conceptuales que intenten explicar los hechos y acontecimientos que tipifican dicho cambio. Ante esa necesidad, en el primer apartado ahondaremos en la noción de “globalización descarriada” (Actis, 2017) y, en el segundo, analizaremos los impactos de dicho fenómeno sobre la integración regional a partir de calificar al regionalismo latinoamericano de nuestros días como “desconcertado”.

 

La globalización descarriada

En el año 2002 Joseph Stiglitz publicó una famosa obra titulada El malestar de la Globalización en la cual postulaba que los beneficios de dicho fenómeno no se expandían a todo el globo, por el contrario, había evidencias concretas de costos y perjuicios para los países periféricos y en desarrollo. Quince años después, el mismo autor escribió un breve ensayo titulado “La globalización y sus nuevos malestares” (Stiglitz, 2017) donde señala que a “los opositores a la globalización en los mercados emergentes y en los países desarrollados se les han unido decenas de millones de personas en los países avanzados…el comercio es una de las principales fuentes de malestar para un gran porcentaje de estadounidenses y europeos”. Por su parte, Stephen Walt (2016) auguró que el BREXIT y las posibilidades de un triunfo de Trump marcaban el “Colapso del orden internacional liberal” estructurado y vigente desde la segunda posguerra. En la misma dirección, Tokatlian (2017) proyectó un nuevo orden internacional denominado Trumpfalia como una versión distorsionada y regresiva del orden de westfalia.

En breve, el debate en los círculos académicos e intelectuales intenta comprender la compleja y cambiante realidad internacional actual. Muchos de los marcos analíticos y conceptuales utilizados hasta hace poco tiempo comienzan a dejar de ser útiles en términos explicativos y, por ello, se necesitan nuevas interpretaciones y categorías que interpelen la realidad para hacerla inteligible. En esa difícil empresa, el concepto de “globalización descarriada” tiene como fin contribuir, desde una perspectiva política y económica, a entender el mundo que se avecina.

Para entender el concepto de “globalización descarriada” hay que explicitar las características centrales de la globalización neoliberal predominante a partir de la posguerra fría. Dicho proceso (liberalización a escala planetaria de los factores productivos -capital, bienes y servicios-) no fue neutral, por el contrario, se estructuró como funcional a los intereses económicos y políticos de los EEUU (arquitecto de la causa) principalmente en su objetivo central de mantener y profundizar su estrategia de primacía global, es decir, evitar el surgimiento de un actor que dispute la hegemonía alcanzada después de derrotar a la Unión Soviética

Hasta el inicio de la segunda década del siglo XXI la globalización traía ganancias para el hegemón. Las grandes empresas americanas controlaban el eslabón más importante de la cadena de valor (innovación tecnológica y el conocimiento) relegando la fase de producción a terceros mercados con ventajas comparativas en materia salarial. Así, la renta más importante se repartía entre las multinacionales americanas además de beneficiar al consumidor estadounidense vía precios. Al contar con la principal moneda de reserva (dólar) el déficit crónico de la balanza comercial se financiaba con emisión/deuda. Asimismo, los inversores de Wall Street se adueñaban de la globalización financiera, los “fierros” del capitalismo del siglo XXI cerrando un círculo de ganancias mutuas para los EEUU.

La otra cara de la moneda en esta fase de la globalización fue China. La ventaja comparativa de su mano de obra provocó que el gigante asiático se transformase en la fábrica del mundo. Miles de producto made in China comenzaron a penetrar los mercados de occidente. La estrategia de acelerar el crecimiento para incorporar su población a una economía capitalista requería apostar necesariamente a dicha política. Por un lado, las firmas occidentales se instalaron para ensamblar/producir allí y para comenzar a explotar un inmenso mercado interno en gestación. Por el otro, empresas chinas comenzaron a producir en aquel segmento del viejo paradigma productivo despreciado por occidente (metalmecánica, textil, etc.). La principal vía para canalizar el ahorro del superávit en cuenta corriente era la compra de bonos del tesoro americano. Mientras el círculo de la globalización cerraba a sus intereses, EEUU identificaba al terrorismo internacional y Rusia como las principales amenazas a su primacía global (Beyer, 2012; Mearsheimer, 2014). Controlar la irrupción de un actor no tradicional y asimétrico así como las aventuras imperiales y expansionistas de Rusia garantizaban la supremacía de los EEUU en el orden internacional.[4]

Ahora bien, el funcionamiento de esa “globalización” es el que se ha desdibujado desde el inicio de la segunda década del siglo XXI. La globalización ha tenido un desvió siendo disfuncional a los intereses de los EEUU y utilitario a los intereses de China. Parte del diagnóstico elaborado por centros de estudios del establishment norteamericano (Kimball & Scott, 2014; Wilbur Ross & Peter Navarro[5]) argumenta que la globalización neoliberal impulsada por EEUU ahora beneficia primordialmente China.

EEUU pensó poder controlar la estrategia de desarrollo de China a partir de su inclusión en el orden internacional liberal (Ikenberry, 2011). El ingreso de China a la OMC y otros organismos multilaterales era el reaseguro para lograr que China no pudiese dar un salto cualitativo en materia productiva a través de la famosa metáfora de “quitar la escalera” (Chang, 2002), es decir prohibir en el plano multilateral políticas industriales y comerciales que fueron indispensable para que EEUU alcanzase su actual fase de desarrollo. Así, luego de contemplar y aceptar un período de “transición[6]”, Beijín sufriría los constreñimientos propios de la arquitectura global norteamericana. Sin embargo, la conducción estatal del capitalismo chino (state capitalism) logró lentamente, mediante una combinación planificada de intervención y liberalización, dar el salto al peldaño desde donde EEUU miraba cómodamente el mundo (Rodrik, 2012. Para la segunda década del siglo XXI China comenzó a disputarle la hegemonía de la globalización a los EEUU, dicho en otros términos, a pugnar por los beneficios.

Desde hace años China ha comenzado un proceso de transformación de una economía del “crecimiento” a otra orientada al “desarrollo” (Myers, 2016a). El país asiático ya no es un mero ensamblador de productos ni fabricante de bienes con escaso valor agregado. Ahora sus firmas compiten palmo a palmo con las multinacionales americanas en la fase central de las cadenas globales de valor. Años de sostenida inversión en I +D y del aprovechamiento de join venture para aprender el know how, conjuntamente con una agresiva política de financiamiento para innovación e internacionalización, fortalecieron todo el sistema productivo provocando un fuerte proceso de sustitución de importaciones de bienes manufacturados (Setser, 2016) que afectó los intereses de compañías occidentales. La competitividad china en sectores de alta tecnología puede ilustrarse en la industria de Smartphone. Las empresas chinas de tecnología móvil (Huawei, Oppo) están desplazando al resto para hacerse con el liderazgo de su mercado vía mejoras en las preferencias de su público, como la cámara de fotos -especialmente las selfies-, con precios mucho más competitivos que los de Apple. Así, la marca de la manzana está perdiendo terreno en un mercado de 1300 millones de personas[7].

China ha dejado de ser una economía cuya competitividad internacional se reduce a sus bajos salarios. En la actualidad y de acuerdo a un informe del Financial Time[8], los salarios industriales de China ya son mayores a los que se pagan en países como Brasil, México y Argentina. En otras palabras, China comienza a competir por “arriba” y no por “abajo” en las Cadenas Globales de Valor.

Consecuentemente, China ya no necesita de una moneda devaluada artificialmente para competir internacionalmente. El salto competitivo de su economía le permite flotar el renminbi y así lograr su internacionalización para que sea considerado una reserva de valor y competir en un fututo con el dólar. Por otra parte, Beijín ya juega su rol de gran acreedor mundial (U$S 3 trillones de reservas internacionales) a través de dos instituciones multilaterales como son el Nuevo Banco de Desarrollo (Banco de los BRICS) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), a lo que se suma la creación de fondos soberanos y privados que transforman a China en un jugador central de la globalización financiera.

La “globalización descarriada” aquí descripta tiene impactos en el tablero geopolítico. A diferencia de la visión de gran parte del establisment norteamericano (Departamento de Estado, Pentágono y la CIA), los asesores de Trump identifican a China, y no a Rusia, como la principal amenaza a la primacía global norteamericana[9]. La evaluación negativa sobre la política amigable de incorporar a China a la globalización comenzó a ganar adeptos. Consecuentemente, en muchos sectores en EEUU se advierte que de continuar por el sendero de “esta globalización” la hegemonía de EEUU estaría en riesgo. Beijín también lo reconoce, la abierta defensa de Xi Jinping en el último Foro Mundial de Davos en relación a la globalización y al orden liberal no hace otra cosa que mostrar la comodidad de China con el statu quo.

Las primeras acciones del presidente Trump muestran que EEUU no busca desandar parte de la globalización y el libre comercio por una oposición ideológica. El principal objetivo es reformarla para que vuelva a ser funcional a los intereses americanos. La política comercial y muchas medidas regulatorias impulsadas en los últimos 20 años por las sucesivas administraciones norteamericanas han sido implementadas en función de los intereses internacionales de las grandes empresas estadounidenses, las cuales deslocalizaron en terceros mercados parte del proceso productivo en el marco del outsourcing y de las cadenas globales de valor. En la actualidad está claro que esa estrategia que parecía tener ganancias mutuas, trae perdedores fronteras adentro. Por ejemplo, si uno lee con detenimiento las más de 500 páginas del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP), es posible percibir que el mismo se adapta perfectamente a las necesidades de las empresas, siendo claramente un tratado “a la carta”. En ese contexto es de esperar que a partir de ahora haya una mayor negociación, y más controversias, entre la Casa Blanca y los empresarios en relación a los planes de negocios de las corporaciones. En otras palabras, el Ejecutivo dejará de ser un mero instrumento para convertirse en un actor que dispute poder político y económico.

Esta situación no implica afirmar que Trump pueda revertir totalmente el modo en que EEUU se ha insertado en las cadenas globales de valor (apostando a la tecnología y el diseño mientras relegaba la producción). Esa inserción es de carácter estructural y parece imposible revertirla, máxime con un dólar caro y altos salarios en términos comparativos. La impronta y la particularidad del gobierno de Trump está en condicionar y gestionar la “vuelta a casa” de alguna parte del proceso productivo de la cadena. En estos parámetros va a estar la tan anunciada “revisión” de la globalización imperante. EEUU, por primera vez, comenzará a gestionar internamente la globalización comercial

No obstante, el pragmatismo y la claridad del “diagnóstico” se contrapone con la incertidumbre e improvisación en el “tratamiento”. No hay una estrategia clara sobre cómo regresar dicha globalización a su fase más prolífera. Las primeras medidas de Washington parecen más “manotazos de ahogado” que pasos en un horizonte planificado. EEUU transita por un camino desconocido y peligroso en donde el riesgo de alterar la globalización vigente es la inestabilidad sistémica y un escenario de lose-lose situation (Nye, 2017). Los halcones de Trump saben que en el peor escenario EEUU conserva un as en la manga que excede las lógicas de la globalización: la supremacía estratégico/militar. En otras palabras, y de acuerdo a la teoría realista, saltar del tablero de la “baja política” (interdependencia económica) y competir en el plano de la “alta política” (dimensión militar). El anuncio por parte del presidente, a un mes de haber asumido su mandato, de aumentar a 54.000 millones de dólares el presupuesto de Defensa (un 10%) es una señal esclarecedora de la percepción imperante en la Casa Blanca ante un futuro escenario de bipolaridad conflictiva.

 

Del “regionalismo del siglo XXI” al “regionalismo desconcertado”

Para inicio de la segunda década del siglo XXI los procesos de integración/concertación regional amparados en la noción de “regionalismo posliberal o poshegemónico” (Sanahuja 2012; Legler, 2013) tuvieron una clara retracción relativa en comparación con el quinquenio anterior como consecuencia de la conjugación de distintas variables sistémicas y domésticas (Busso, 2016). En ese sentido, un claro ejemplo de la dinámica descripta se vincula con el funcionamiento de la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR) en tanto proceso que fue perdiendo vigorosidad como corolario de cambios políticos y económicos de aquellos países impulsores del bloque, principalmente Brasil (Comini y Frenkel, 2014).

El “ocaso” del regionalismo posliberal se dio de forma paralela a la conformación y auge de la Alianza del Pacífico[10], como nuevo modelo de integración basado en los preceptos del regionalismo del siglo XXI, teoría o modelo que encuentra su origen en las investigaciones de Richard Baldwin (2011). Este concepto designa a los procesos de integración, propios de este siglo que han tenido como objetivo llenar “el vacío entre las normas del siglo XX y las necesidades del comercio del siglo XXI”. Estos nuevos esquemas de integración avanzan en acuerdos económicos y comerciales entre un conjunto de Estados con normas OMC+, es decir, normas que ahondan en los compromisos ya existentes dentro del régimen multilateral, y normas OMCx, las cuales abordan temas no tratados anteriormente de manera directa en la OMC. Paulatinamente, supone una “nueva” forma de regulación de las relaciones comerciales internacionales, funcional al nexo existente entre comercio-servicios-inversiones en el nuevo paradigma productivo centrado en las Cadenas Globales de Valor (Zelicovich, 2016).

El Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) así como el Acuerdo Transatlántico (TTIP) se erigieron como los principales procesos que encarnan este modelo de integración. En materia geopolítica, los mega-acuerdo regionales fueron diseñados e impulsados por los EEUU como respuesta a la creciente influencia de China en Asia Pacífico, América Latina y Europa. La vigencia de estos acuerdos le daba a los EEUU (y su empresariado) preferencias comerciales, regulatorias y normativas para sobreponerse a la competencia del gigante asiático (Ramirez, 2017). La solución de la administración Obama a la amenaza económica de China era profundizar la globalización neoliberal, dicho de forma metafórica, darle una “vuelta de tuerca” más para retomar la delantera. Por tal motivo, implícitamente la inserción al “Regionalismo del Siglo XXI” implicaba un vínculo de acoplamiento/acomodamiento (Russell y Tokatlian, 2012) con EEUU. En ese sentido, los miembros de la “Alianza del Pacífico” (todos con TLC en vigencia con EEUU) percibían al proceso de integración como plataforma regional para alcanzar y formar parte de esta dinámica global. Tanto México, Perú y Chile fueron negociadores y signatarios del TPP[11].

El aspecto llamativo del “estado” de la integración regional promediando la mitad de la segunda década del nuevo siglo era su semejanza con el contexto de principios del 2000 pero a la inversa. En aquel entonces la crisis de los gobiernos liberales de la región y el surgimiento del denominado “giro a la izquierda” provocaron un relativo agotamiento del “regionalismo abierto” (fragmentación de la CAN y crisis del MERCOSUR, la no concreción del ALCA) y la búsqueda de nuevas instancias de interacción basadas en un registro distinto (Regionalismo posliberal). Es dable destacar que las críticas y las reservas de los gobiernos “progresistas” a la liberalización comercial y a una visión meramente economicista de la integración condujo a la búsqueda de instancias de integración (o una resignificación de las mismas como fue el caso del MERCOSUR) retomando la idea de concertación política de los años ochenta.

Por su parte, más cerca del tiempo, la crisis de los gobiernos de populares/izquierda y un nuevo giro a proyectos conservadores/liberales (Burchardt, 2017) provocó una menor fortaleza del regionalismo posliberal (UNASUR y ALBA) y una paulatina aceptación y convencimiento en gran parte de las elites regionales de que el retorno al “regionalismo abierto”, ahora aggiornado bajo la premisa de “regionalismo del siglo XXI” era el camino a seguir. Esta situación quedó de manifiesto en las declaraciones efectuadas por importantes funcionarios de los gobiernos de Mauricio Macri y Michel Temer sobre la posibilidad de incorporarse a TPP como mega-acuerdo regional[12]. En definitiva, promediando el año 2016 parecía evidente que América Latina consolidaba (países como Chile, México, Perú y Colombia) -o viraba hacia (Argentina, Brasil, Uruguay)- la adscripción al Regionalismo del Siglo XXI. Es menester destacar que dicha opción tenía un prerrequisito tácito que era la vigencia de la globalización neoliberal. A diferencia del paradigma del regionalismo posliberal, el nuevo contexto regional la volvía a identificar como generadora de oportunidades para la inserción internacional de las naciones latinoamericanas.

Ahora bien, la actual crisis de la globalización neoliberal descripta más arriba alteró indefectiblemente el mapa de la integración regional, principalmente la apuesta al “Regionalismo del Siglo XXI”. Una de las primeras medidas de la nueva administración norteamericana fue el retiro de EEUU como signatario del TPP, el anuncio de la revisión de los acuerdos comerciales firmados por EEUU como el caso del NAFTA y una fuerte crítica al sistema multilateral bajo la órbita de la OMC. A diferencia de Obama, Trump ha decidido sobreponerse al ascenso de China revirtiendo muchas de las dinámicas, principios y práctica de la globalización imperante. El camino emprendido por la Casa Blanca para competir con China está guiado por la búsqueda de un escenario “menos globalizado”

Para inicios del 2017 el regionalismo latinoamericano se encuentra en un momento de desconcierto. La incertidumbre reinante obedece a que se ha borrado la hoja de ruta que muchos de los gobiernos habían trazado. El multilateralismo, la cooperación institucionalizada y la integración de las naciones hoy son objetos de cuestionamientos desde el centro del sistema internacional a la par que florecen sentimientos nacionalistas y proteccionistas en materia económica.

Ahora bien, el concepto de “regionalismo desconcertado” intenta aprehender la actual coyuntura en materia de integración regional. A la crisis y retracción del paradigma de “regionalismo posliberal” se le suma las dificultades del modelo que parecía imponerse (“regionalismo del siglo XXI”). La región vive una disolución de los indicadores de certidumbre y un momento de perplejidad para dar respuesta a un mundo en plena ebullición.

El “regionalismo desconcertado” tiene en la Alianza del Pacífico el caso más emblemático. La creación del bloque en 2011 tuvo como principal objetivo convertirse en plataforma de exportación para que las empresas locales (y las multinacionales) aumenten sus exportaciones fuera del bloque, particularmente hacia EEUU y la región de Asia-Pacífico. Las exportaciones de la Alianza tienen una fuerte concentración hacia los EEUU (62% en 2014) y un escaso comercio intrabloque (3,5% en 2014) (Molina, 2016). Esta realidad ha conllevado que los líderes de los países integrantes de la Alianza hayan encendido una luz de alarma en relación al nuevo contexto global. El Presidente de Colombia, Manuel Santos llamó a fortalecer internamente el bloque: “Hay nubes inciertas alrededor del mundo y en estos momentos la forma de proceder es reafirmar la solidez interna de los países y también reafirmar la solidez de las alianzas que producen bienestar a nuestras poblaciones”[13]. En términos concretos, una caída de la demanda externa obliga a la Alianza del Pacífico a fortalecerse internamente (comercio intrabloque) y a buscar nuevos socios.

La política de diversificación de mercados incluirá necesariamente el fortalecimiento de los vínculos políticos y económicos con China debido a que sus miembros han sido los que menos han profundizados las interacciones (en todas sus dimensiones[14]) con el gigante asiático en comparación con países como Argentina, Brasil, Venezuela y Ecuador (Myers, 2016b). En esa dirección debe comprenderse la decisión de China de enviar “representantes de Alto Nivel” a la Cumbre de Ministros de Relaciones Exteriores y de Comercio del Asia-Pacífico a realizarse en marzo del 2017 en Viña del Mar (Chile) y la invitación de Xi Jinping a la Presidenta Michelle Bachelet a un foro sobre la Ruta de la Seda, en mayo próximo[15].

México es el país que con mayor urgencia debe buscar la diversificación de mercados dado la dependencia económica con los EEUU en una coyuntura de particular encono de la administración Trump con su vecino “Sur”. En palabras del Ministro de Relaciones Exteriores: “México es una nación orgullosamente latinoamericana, somos también una nación caribeña y habremos de orgullosamente intensificar, hoy más que nunca nuestra presencia en la región… con Brasil y Argentina hoy más oportunas que nunca debemos establecer acuerdos de naturaleza comercial”[16]. En relación a China, la potencia regional no ha profundizado las interacciones en materia comercial y de inversiones (escasez de materia prima en su canasta exportadora y centralidad en el mercado estadounidense). Es de esperarse, que la decisión de EEUU de darle la espalda a México implique una mayor interdependencia con China. En esa dirección, a inicios de febrero el gobierno de Enrique Peña Nieto anuncio una inversión de 212 millones de dólares de la empresa china JAC motors para instalar una planta en la ciudad de Hidalgo (Gallagher, 2017)

Otro ejemplo que ilustra la noción de “regionalismo desconcertado” se relaciona con el MERCOSUR. El cambio de signo político al interior de los dos principales países del bloque, Argentina a finales del 2015 y Brasil a mediados del 2016[17] parecía indicar una reforma profunda al interior del MERCOSUR cuyos pilares eran la suspensión de Venezuela, la “flexibilización de la unión aduanera” y el logro del postergado acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

Para mediados 2016 el Canciller brasileño José Serra propuso "flexibilizar la resolución 32/00 que compromete a los estados miembros a negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países y agrupaciones de países extrazona. El Ministro lamentó que Brasil esté "atado a una unión aduanera”[18]. En la misma dirección se manifestó el Ministro de Producción de la Argentina, Francisco Cabrera al realizar una gira por los EEUU “Es muy importante ir hacia un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos… Tenemos acuerdos de comercio con el 10% del PBI mundial, contra el 90% que tiene Chile, así que tenemos que crecer en ese sentido”[19]

En un escenario de plena globalización neoliberal, los nuevos gobiernos de Argentina y Brasil apostaban a suprimir la unión aduanera, acusada de generar desvió de comercio, para insertarse lentamente, al igual que la Alianza del Pacifico, en el “regionalismo del siglo XXI”. A partir de las ventajas comparativas la intensión era poder acceder (desde los eslabones inferiores) a las Cadenas Globales de Valor del capitalismo occidental. De igual manera, los países del Mercosur lograron luego de varios años (proceso que se inició con los gobiernos de Cristina Fernández y Dilma Rousseff) mejorar una propuesta unificada a la Unión Europea (cediendo en materia industrial) para avanzar en el acuerdo de libre comercio.

No obstante, la “globalización descarriada” ha complicado las intenciones descriptas. El BREXIT en primer lugar y las tendencias nacionalistas que resurgen en Europa (la concreta posibilidad de un triunfo de Marine Le Pen en Francia para ejemplificar) alejan aún más la posibilidad de dicho acuerdo. Por su parte, el viraje de la administración Trump obliga al MERCOSUR a replantear la desarticulación de una Unión Aduanera ante un aumento del proteccionismo global. El nuevo escenario exige perfeccionar y adaptar el Arancel Exterior Común para impulsar, aún más, el comercio intrabloque que se ubica cercano al 14%, casi 4 veces más que el de la Alianza del Pacífico.

La nueva realidad internacional invita al MERCOSUR a rever la “flexibilización” de la unión aduanera, a expandir mercados en América Latina y Asía y a reconsiderar la relación con China. Con respecto al segundo punto, en la última reunión bilateral entre Macri y Temer en Brasilia, los mandatarios afirmaron “la necesidad de que el Mercosur promueva una mayor integración con los otros países de Sudamérica y con México y de establecer una relación más próxima entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico”[20]. El economista Raúl Ochoa, quien trabajó en el equipo técnico para la conformación del bloque a inicios de los noventa, ha sostenido la imperiosa necesidad de cambiar la estrategia externa: “No veo grandes oportunidades en este momento con la Unión Europea. Hay elecciones importantes, potenciales cambios de rumbo. Puede haber ciertas aproximaciones, pero serán primarias, no algo de la magnitud del tratado de libre comercio entre Europa y el MERCOSUR. Me parece que al país le conviene abrirse hacia los países de la región y a los asiáticos[21]

Para los socios del MERCOSUR, el “regionalismo desconcertado” también implica una reevaluación del vínculo con China que, a diferencia de la Alianza del Pacifico, ha sido muy fuerte en los últimos años (Mouron, Urdinez y Schenoni, 2016). Otro punto a destacar es que si bien los gobiernos de Macri y Temer han sido conscientes de la importancia que adquirió el vínculo con el gigante asiático, la adscripción a occidente implicaba una adscripción ideológica y distante donde la centralidad de la estrategia externa era el retorno a los socios tradicionales impulsores de la globalización. (Europa y EEUU). Sin embargo, en poco tiempo, la configuración del orden internacional parece mostrar a China como la potencia con verdadera vocación globalizadora[22]. Es dable señalar que China está decidida a firmar un acuerdo de libre comercio con el MERCOSUR, proceso de integración menos involucrado comercialmente con los EEUU. La estrategia parce ser, al igual que hizo la administración Bush en 2005, seducir a los socios más chicos y presionar para avanzar en la negociación. Uruguay[23] ya manifestó su intención de firmar individualmente un TLC en caso de que el bloque no logre alcanzar un consenso en esa dirección. Mientras que Brasil es quien muestra la mayor reticencia debido a los costos de su ya deprimido sector industrial, la Argentina mostró el deseo de empezar a negociar en bloque[24]. En definitiva, si hasta el 2016 un acuerdo comercial con China parecía distante, la “globalización descarriada” ha implicado para el MERCOSUR una revaluación de dicha opción, con los costos y beneficios que tiene abrir la economía regional a la otra gran potencia mundial.

Como argumenta Bernal-Meza (2016) los grandes poderes desarrollan una red de relaciones que estructura los vínculos en dominación/subordinación que le permite lograr y mantener el poder y la riqueza, alejados de la retórica de win-win que proyectan discursivamente. En ese sentido, compartimos con Ríos (2017) que China es un gran mercado, pero muy competitivo para Sudamérica, aspecto que implica invertir en aquellas variables que le pueden proveer de mayor calidad en el patrón de relaciones. La corrección de las asimetrías y desequilibrios actuales exige, entre otros, la adopción de medidas tendentes a diversificar el comercio, incorporar más tecnología y conocimiento, fortalecer los nexos interempresariales. El MERCOSUR debe priorizar desde el Estado los sectores que se incentivarán y se apoyarán para aprovechar la bonanza y ganar competitividad nacional e internacionalmente para dejar de ser meros transformadores de materias primas y emigrar a manufacturas con innovación tecnológica.

Para finalizar, es oportuno recalcar que uno de los impactos del “regionalismo desconcertado” parece ser el resurgimiento de un largo letargo de la ALADI como mecanismo regional para avanzar en una profundización del comercio latinoamericano. Si el regionalismo posliberal implicó la creación de mecanismo (UNASUR, CELAC) para aunar posiciones políticas, el nuevo contexto obliga a la región a utilizar, a pesar de las divergencias ideológicas, el andamiaje institucional regional existente para lograr, con vocación proactiva, una mayor vinculación económica de toda América Latina.

A finales de febrero de 2017, el Comité de Representantes de la ALADI compuesto por embajadores de 13 países de la región, que alberga a todos los miembros plenos del MERCOSUR, de la Alianza del Pacífico, Comunidad Andina y parte de los miembros del ALBA manifestó su respaldo a la propuesta de la Secretaría General (Carlos “Chacho” Álvarez) de trabajar en un Acuerdo Económico Comercial Integral Latinoamericano.

A tales efectos, la ALADI acordó con la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), el INTAL (Instituto de Integración para América Latina y el Caribe del BID) y la SIECA (Secretaría de Integración Económica Centroamericana, integrada por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá), la realización conjunta de este trabajo. La propuesta técnica tiene como objetivos la necesidad de profundizar la integración, aumentar el comercio intrarregional y contribuir a la formación de cadenas de valor subregionales y regionales. Desde la ALADI se busca identificar a través de un análisis profundo, los espacios que han generado los avances bilaterales y plurilaterales en América Latina tanto en lo que se refiere a la desgravación arancelaria y cuestiones normativas, así como el espacio que aún resta por avanzar (lo que incluye las relaciones bilaterales no cubiertas o parcialmente cubiertas), de cara al objetivo de lograr la convergencia en lo económico comercial[25].

 

Conclusiones

Las relaciones internacionales están atravesando sin lugar a dudas un momento de transición en lo que respecta a la configuración del orden internacional. El diseño de un orden liberal impulsado por occidente (principalmente EEUU) desde la segunda posguerra y fortalecido con el fin de la guerra fría parece estar en cuestión y, junto a él, el proceso de globalización como expresión más acabada de su dimensión económica. Desde una visión radical de los cambios que estamos siendo testigo, Minxin Pei (2017) ha señalado que si la Guerra Fría terminó en diciembre de 1991 con la desintegración de la Unión Soviética, la era de la posguerra fría parece haber finalizado en Noviembre de 2016 con el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EEUU. No obstante, los resultados de las tensiones vigentes (ajustes, reforma o transformación) todavía no pueden proyectarse con claridad. En otras palabras, aún es apresurado identificar qué tipo de orden emergerá en el futuro cercano.

En ese contexto, uno de los objetivos del artículo ha sido analizar los motivos que explican el malestar de la globalización neoliberal por parte de occidente, principalmente al interior de los EEUU, sentimiento que ha llegado a lo profundo de la Casa Blanca. A partir del concepto de “globalización descarriada” se intentó ponderar como las relaciones económicas internacionales han dejado de ser plenamente beneficiosas para los EEUU y han comenzado a ser funcionales al ascenso de China como potencia mundial. A partir de comprender el diagnóstico que se percibe en gran parte de la clase dirigente de EEUU (y de muchos países europeo) se puede explicar los intentos de reformas a la globalización imperante.

La otra finalidad del artículo ha sido avanzar en el análisis de cómo los primeros indicios de reforma de la globalización han impactados en el regionalismo latinoamericano. A partir de la caracterización de “regionalismo desconcertado” intentamos aprehender el estado de confusión en el que se encuentra la integración regional a comienzos del año 2017. Cuando la región en su conjunto parecía lentamente abrazar la modalidad del “regionalismo del siglo XXI” los cambios globales parecen alterar dicha apuesta. A partir de algunos ejemplos en relación a la Alianza del Pacífico y el MERCOSUR, intentamos evidenciar las primeras respuestas esbozadas por los diferentes Estados para matizar/amortiguar y adaptarse al nuevo escenario.

Los sucesos acaecidos más allá del subsistema regional interpelan a los dirigentes latinoamericanos a realizar relecturas sobre el “estado del mundo” para reevaluar y recalcular la hoja de ruta trazada y así adaptarse a los nuevos tiempos que se avecinan. Lo dicho no implica adscribir a posturas proteccionistas y aislacionistas en materia de integración regional, por lo contrario, advierten la necesidad de gestionar la globalización resultante a partir de una inserción estratégica. En ese sentido, los países de la Alianza del Pacífico parecen haber reaccionado más decididamente a buscar políticas de adaptación y mitigación de daños. Por el contrario, las naciones del MERCOSUR, Brasil y Argentina principalmente, parecen ser dentro del “regionalismo desconcertado”, los más desconcertados ante una globalización que se ha “descarriado”.

 


 

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Sobre los autores

Esteban Actis

e.actis@conicet.gov.ar

Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Política Internacional Latinoamericana por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la misma casa de estudios. Becario Posdoctoral por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

 

Anabella Busso

anabella.busso@fcpolit.unr.edu.ar

Magister en Ciencias Sociales de FLACSO. Profesora titular de Política Internacional y Política Internacional Latinoamericana en la Universidad nacional de Rosario. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).


 



[1] Si bien durante el transcurso del 2016 se produjeron en el escenario mundial acontecimientos importantes y significativos (como el acuerdo de paz en Colombia, el intento de golpe de estado en Turquía, la profundización del terrorismo en Europa, para citar algunos) creemos que los hechos señalados representan la manifestación de importantes fuerzas de cambios de índole sistémico.

[2] Dichos términos han sido extraído de un texto de Ikenberry quien, a principios de la segunda década del siglo XXI, indicaba que esas características contrarias al orden liberal estaban al interior de las denominadas “potencias emergentes” (Ikenberry, 2011).

[3] Como evidenciaremos más adelante, el concepto de “regionalismo del siglo XXI” hace referencia a la conceptualización anglosajona sobre las nuevas modalidades de acuerdos regionales a nivel mundial en materia económica (siendo los acuerdos mega-regionales negociados en el siglo XXI su máxima expresión), el mismo no debe confundirse con expresiones como “regionalismo latinoamericano del siglo XXI” u otras similares para describir los procesos de integración regional creados en el nuevo siglo.

[4] Resulta necesario aclarar que la política exterior de EEUU hacia Rusia y China a lo largo de la posguerra fría ha sido cambiante. Durante las presidencias de Bush padre y Clinton las relaciones con China fueron principalmente positivas en el marco de la lógica de incorporar a ese país a la globalización neoliberal, en tanto los vínculos con Rusia se caracterizaron por el acercamiento y la cooperación durante el gobierno de Yeltsin mientras las tensiones estuvieron presentes en varias ocasiones bajo los mandatos de Putin. Hasta los ataques terroristas de 2001la administración Bush hijo posicionó a China como el principal enemigo estatal para el futuro de la hegemonía estadounidense, pero apaciguó esta postura en el marco de la guerra contra el terrorismo internacional. Obama tuvo, vía el Grupo de los 2, un vínculo fluido con Pekín entendiendo que existían áreas de liderazgo compartido, pero intentó acotar el poder de China vía el TPP y, acompañado por naciones europeas, reaccionó frente a los proyectos de expansión y consolidación del poder ruso liderado por Putin. Finalmente, Trump parece cambiar esa ecuación. Ahora EEUU plantea confrontar con China, acercarse a Rusia y debilitar el eje Moscú-Pekín.

[5] Wilbur Ross ha sido elegido por Donald Trump como Secretario de Comercio y Navarro como Jefe del recientemente creado Conseja Nacional del Comercio.

[6] En 2001, cuando China ingresa a la OMC, sus miembros le dieron el status de “economía en transición” para que el país asiático pueda adaptar su economía a las normas y reglas de la institución dadas las importantes regulaciones y controles estatales. Habiéndose cumplido el plazo de quince años indicado, mientras el país asiático reclama a la comunidad internacional que sea reconocida como tal, EE.UU. y la Unión Europea (entre otros países) rechazan de pleno adjudicarle el status de economía de mercado aduciendo que aún están vigentes distintas políticas que distorsionan el libre juego de la oferta y la demanda. La discusión de fondo en realidad es operativa. El reconocimiento a China implicaría la dificultad de aplicar muchas medidas antidumping que todos los países emplean para evitar una inundación de productos chinos de bajo costo. En un mundo de demanda deprimida y con sobreoferta de bienes, reconocer como economía de mercado a China conllevaría un fuerte avance de su producción a escala global.

[7] Véase “El móvil que ha arrebatado el trono al iPhone en China”, El País, 6/2/2017. Disponible en http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2017/02/03/actualidad/1486126252_475077.html

[8] “Chinese Wages Now Higher Than In Brazil, Argentina and Mexico”, FT, 28/2/2017. Disponible en http://www.latinpost.com/articles/136802/20170228/report-chinese-wages-now-higher-brazil-argentina-mexico.htm

[9] Por el contrario, muchos de los integrantes del equipo de Trump comenzaron durante la campaña electoral a establecer contactos con la administración de Putin con el objetivo de normalizar el vínculo con Rusia luego de las tensiones ocurridas con el gobierno de Obama. Para más información véase: “The web of relationships between Team Trump and Russia”, The Washington Post. 3/3/2017.

[10] La Alianza del Pacífico es una iniciativa de integración regional conformada por Chile, Colombia, México y Perú, oficialmente creada en abril de 2011.

[11] Si bien Colombia no fue un signatario del TPP, a inicios del 2016 el gobierno de Santos había anunciado la intención de ingresar al mega-acuerdo. Véase: “Colombia quiere ser parte del Acuerdo Transpacífico”, Diario El Tiempo, 13/3/2016. http://www.eltiempo.com/economia/sectores/colombia-quiere-ser-parte-del-acuerdo-de-asociacion-transpacifico/16536049

[12] El Secretario de Comercio de la Argentina, Miguel Braun fue uno de los funcionarios argentinos que mencionó en público, a comienzos del 2016, la intención del gobierno de acercarse al TPP. Por su parte, el propio Canciller José Serrá manifestó en junio de 2016 que Brasil iba a estudiar en profundidad el acuerdo para evaluar una futura incorporación.

[13] Declaración del Presidente Juan Manuel Santos en la instalación del III Gabinete Binacional Perú-Colombia, 27/1/2017. Disponible en http://es.presidencia.gov.co/sitios/busqueda/discursos/170127-Declaracion-del-Presidente-Juan-Manuel-Santos-en-la-instalacion-del-III-Gabinete-Binacional-Peru-Colombia/Discursos

[14] El punto a destacar es que si bien países como Chile y Perú tienen una relación comercial muy fuerte con China (han firmado su propio TLC) con China, no ha habido una profundización de los vínculos en otras dimensiones (materia de financiamiento, de contactos políticos, etc.) como si lo han hecho en los últimos años los países del “atlántico” de la región.

[15] Véase: “Gobierno confirma representación de alto nivel de China para cumbre del Asia Pacífico en Viña del Mar”, El Mercurio, 7/2/2014, disponible en http://www.emol.com/noticias/Nacional/2017/02/07/843736/Gobierno-confirma-representacion-de-alto-nivel-de-China-para-cumbre-del-Asia-Pacifico-en-Vina-del-Mar.html

[16] Véase “Canciller: México voltea hacia Sudamérica, Europa y China en vez de EEUU”, Portal Sputnik, 31/1/2017. Disponible en https://mundo.sputniknews.com/economia/201701311066594271-Videgaray-Mexico-Trump-oportunidades-comerciales/

[17] A diferencia del caso argentino donde el cambio de orientación del gobierno se debió al triunfo del candidato liberal Mauricio Macri en elecciones democráticas, en Brasil el viraje se produjo por la concreción de un juicio político a Dilma Rousseff (PT) y el remplazo por el Vicepresidente Michel Temer (PMDB) quien, a pesar de integrar una coalición de gobierno, ha cambiado gran parte del proyecto político triunfante en las elecciones de 2014.

[18] Véase “El gobierno de Temer propone flexibilizar el Mercosur sin exterminarlo”, Agencia de Noticia Telam, 20/6/2016. Disponible en http://www.telam.com.ar/notas/201606/152089-brasil-flexibilizar-mercosur.html

[19] Véase “Impulsa el Gobierno un tratado de libre comercio con Estados Unidos”, Diario La Nación, 27/10/2016. Disponible en http://www.lanacion.com.ar/1950802-impulsa-el-gobierno-un-tratado-de-libre-comercio-con-estados-unidos

[20] Véase “Macri y Temer invocan el "efecto Trump" y piden acercar a México al Mercosur”, Agencia EFE, 7/2/2017. Disponible en http://www.efe.com/efe/usa/america/temer-defiende-un-impulso-al-acuerdo-entre-el-mercosur-y-la-alianza-del-pacifico/50000103-3171865

[21] Declaraciones de Raúl Ochoa en una entrevista realizada por el Diario La Nación. Véase http://www.lanacion.com.ar/1984098-la-argentina-y-el-mundo-apuesta-a-la-flexibilidad-en-un-escenario-incierto

[22] El Primer Ministro chino, Li Keqiang defendió abiertamente la globalización en la apertura de sesiones del Congreso Nacional del Pueblo (6/3/2017). El líder señaló: “nos opondremos al proteccionismo en todas sus formas y nos involucraremos más en la gobernanza global”.

[23] En declaraciones del Ministro de Economía Danilo Astori: “Hay que ver en qué condiciones se pueden negociar no sólo con China, sino también con nuestros socios del MERCOSUR para poder firmar el tratado. Eso puede querer decir dos cosas: o que acordemos con Brasil algunas condiciones de acceso de producción China a la región o que negociemos con Brasil, y si es necesario con Argentina, condiciones de flexibilidad tales que podamos acordar con China y seguir formando parte del Mercosur” Véase http://www.elpais.com.uy/informacion/astori-china-tlc-acuerdo-brasil.html

[24] Otro aspecto limitante para que el MERCOSUR avance en un acuerdo comercial con China es que uno de sus socios, Paraguay, mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán y no con la República Popular China.

[25] Para más información véase “ALADI, CEPAL, SIECA E INTAL trabajarán en un estudio técnico para un acuerdo económico comercial integral latinoamericano”, ALADI, 24/2/2017. Disponible en http://www.aladi.org/nsfaladi/Prensa.nsf/vbusquedaComunicadoswebR/AA4E3DA3A3928555032580D1004FE5A0